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11 ago 2013

El Cosmos Club, cuestión de clase

El último gran debate que dividió al Cosmos Club se libró el verano pasado y versó sobre la posibilidad de que ante las brutales temperaturas del verano washingtoniano se permitiera no llevar chaqueta a los miembros masculinos de la asociación. Ya el año anterior se había logrado que se relajaran las costumbres y se aceptó no imponer la axfisiante corbata.

Aquello fue un trago duro de pasar para una establecimiento que abrió sus puertas en 1878 y que más de un siglo después seguía sin aceptar mujeres entre sus miembros, algo que no cambió hasta 1988 (sí, 1988, finales del siglo XX). Renunciar también a la chaqueta era un ataque que minaba los cimientos más profundos del club, aquellos que se remontan a la tradición británica de los lores y caballeros de alta ceja y baja tolerancia para las nuevas costumbres.


La edad media de los socios es elevada y la chaqueta casi suponía una contraindicación médica... a pesar de lo cual hubo quien luchó hasta el último minuto para que no se permitiera prescindir de lo que muchos consideraban un símbolo de estatus y estricto sello de calidad. Por supuesto, la medida fue temporal y prescribió al final del verano de 2012.


Verano de 2013. Los termómetros marcan 33 grados pero la sensación térmica supera los 42. El símil apropiado a la hora de salir a la calle sería decir que es como entrar en una sauna, vestido (y con chaqueta). Localizado en la Avenida Massachusetts, en pleno corazón de la Calle de las Embajadas, cercano a una estatua de Gandhi —el hombre que independizó a la India de la metrópoliti cubierto solo por una sencilla sábana blanca—, el Cosmos Club sigue siendo hoy un lugar para la élite de la nación. 

Sin dar nombres, el club cita que entre sus miembros ha habido tres presidentes de EE UU; dos vicepresidentes; una docena de jueces del Tribunal Supremo; 56 premios Pulitzer y 32 premios Nobel —una de las paredes del vetusto club está dedicada a la galería fotográfica de los Nobel, entre lo que se encuentra el escritor español Juan Ramón Jiménez—. 

Acceder al Cosmos —siempre de la mano de un miembro; en el caso de este periódico, del director de orquesta Ángel Gil-Ordóñez— es entrar en otro mundo, en un universo en el que no se permite hablar por el teléfono móvil; donde el olor a madera transporta a mansiones de la campiña británica y en el que los miembros leen libros —de papel— en la sala dedicada a la biblioteca —donde no se permite tomar fotografías— y donde un antiguo atlas languidece frente a una bellísima chimenea (“French Renaissance”, apunta la bibliotecaria) mientras sus hojas amarillean a la espera de que alguien las pase. 

Todo, a pocas calles del Dupont Circle, cuya rotonda central es el epítome del caos de tráfico y donde cada martes antes de Halloween se celebra la famosa Carrera de Tacones con más de una docena de drag queens mientras cientos de espectadores contemplan entusiasmados y entre gritos el frenético descenso de esas damas por la calle 17 intentando guardar un equilibrio casi imposible. 

Cerca de las cinco de la tarde en el Cosmos se toma el té (también café, americano y de cafetera eléctrica). O un gin-tonic, dependiendo del estado de ánimo y lo que permita el doctor. En el recorrido por habitaciones tocadas por la pompa y por las que circulan sin las prisas ni el frenesí del exterior unos miembros ensimismados en sus pensamientos se pasa por la Sala de Baile; frente a la estancia del billar o frente a la fotografía de John Wesley Powell, un Phileas Fogg americano, soldado, explorador y geólogo que fundó el club en 1878 después de que un grupo de amigos le incitara a crear en la capital de la nación un círculo similar al Century de Nueva York. Powell parece seguirte con la mirada mientras se deja la sala. 

El Cosmos lo forman miembros que rozan la excelencia en ciencia, literatura o arte y son presentados para su candidatura por otros dos miembros de la sociedad, que hacen un fotografía detallada del candidato. De ser aceptado pagará algo más de mil dólares anuales por su membresía si es menor de 45 años y cerca de 2.500 si es mayor de esa edad. 

Aunque entre los más de 3.000 miembros del Club existen negros y mujeres, su pertenencia es relativamente reciente en los más de 130 años de historia de la asociación —desafortunadamente, como en otros muchos sitios y estancias de la sociedad, estadounidense y mundial—. En 1962, el Club rechazó la nominación de Carl T. Rowan, un periodista afroamericano que fue nombrado asistente al secretario de Estado por el presidente John F Kennedy. Como resultado, el economista John Kenneth Galbraith dimitió, lo que provocó el efecto dominó de que Kennedy nunca llegase a formar parte del club porque Galbraith era uno de los dos espónsores del mandatario. 

Si en el piso tercero están las habitaciones para los miembros y sus invitados; en el segundo la biblioteca; y en el primero el jardín y el comedor (entre otros). La fotografía del Cosmos está incompleta si no se menciona “la camaradería, la atmósfera cálida, la dignidad y la elegancia”, que son todos bienes “intangibles” de la organización, explican. “Los miembros que entren en el club en busca estimulación intelectual y amistad encontrarán las dos en amplia medida”, dicta la filosofía del club. “Pero si alguien busca soledad, el aislamiento queda respetado”, garantizan. 

Y todo ello, en pleno centro de Washington.

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5 ago 2012

Las emociones no tienen reglas de Protocolo.

Las emociones no tienen reglas.

Son las princesas europeas sin antecedentes familiares nobiliarios, como la noruega Mette-Marit, la holandesa Máxima o la danesa Mary Donaldson, las que con mayor soltura expresan sus sentimientos.

Particularmente dura fue la etapa victoriana en la monarquía británica, dónde el comportamiento oficial de la propia reina Victoria y el resto de su familia y la nobleza inglesa estaban bajo vigilancia de los maestros del protocolo, los llamados "chambelanes" o mayordomos mayores de la Corte.

Esto fue muy evidente durante el año de 1861, cuando la soberana perdió, en un lapso de pocos meses, a su madre y su marido Alberto, el príncipe consorte. En ese periodo, Victoria no se permitió derramar una sola lágrima en público.

Antes bien, se impuso un rígido luto y nunca volvió a abandonar el color negro en su vestimenta. En aquellos años el imperio británico vivía fuertes cambios políticos y sociales (debidos a la revolución industrial) que exigían una figura monárquica muy sólida.

La modernización de las monarquías imprime un nuevo carácter a sus miembros.

El Reino Unido sigue siendo el que se apega a un protocolo más rígido. Tras la trágica muerte de Lady Di, la reina Isabel se permitió una inclinación de cabeza ante el féretro como única muestra de dolor. Sólo entonces, el resto de su familia hizo lo propio en aquel día aciago del funeral de Diana, seguido por las televisiones y medios de comunicación de todo el mundo.

Sin embargo, los países árabes resultan, actualmente, los más apegados a protocolos centenarios. Muchos reyes y príncipes árabes saludan a mujeres extranjeras de alta jerarquía sin tocarlas ni mirarlas. Colores como el amarillo están prohibidos en aquellas cortes por su significado fatalista y la normatividad respecto a la comida es extremadamente sofisticada.

Prohibido fotografiar a los reyes cuando comen.

En la actualidad, el protocolo incide en los almuerzos y cenas de los monarcas, pues prohíbe fotografiar a las familias reales comiendo o bebiendo. Por ello, en los banquetes oficiales de gala, únicamente se permiten imágenes de los brindis.

No obstante, en los momentos privados, sobre todo en las monarquías escandinavas, se ha podido ver alguna instantánea de sus jóvenes herederos consumiendo algún alimento o bebida, aunque no suele ser habitual.

Las normas de protocolo que rigen hoy en las casas reales europeas se centran en cómo se debe actuar de anfitrión perfecto, ante las visitas de estado o las audiencias oficiales.

La manera de conversar o hablar, siempre manteniendo una especial distancia, el comportamiento en los actos oficiales que exigen de cierta etiqueta, las fórmulas de cortesía con otros mandatarios o en visitas públicas, la conducta en los actos de gala, y el vestuario apropiado, completan estas pautas reales.

Aunque, justo es decir que en la actualidad, el protocolo no es ni sombra de lo que fue. Princesas europeas sin antecedentes familiares nobiliarios, como la noruega Mette-Marit, la holandesa Máxima Zorreguieta o la danesa Mary Donaldson, expresan con soltura sus sentimientos y emociones con sus respectivos hijos, o a la hora de practicar deportes con sus esposos.

Nuevos tiempos llegan a una institución tan antigua y venerada como la monarquía, y lejos quedan las normas entre los señores y sus vasallos. De no ser así, el campeón de ciclismo canadiense Louis Garneau hubiera sido sometido por la guardia de la reina Isabel durante una visita de ésta a Canadá.

Resulta que, tras las actividades oficiales, el deportista le pidió a la reina que le permitiera tomarse una foto con ella. Isabel II accedió, Garneau le dio la cámara a su esposa y cuando ella estuvo lista, él pasó el brazo por los hombros de la soberana. Desconcertada por un instante, la reina recobró el aplomo y sonrió a la cámara. Los asistentes, tensos, esperaron inútilmente una señal para actuar contra el confianzudo súbdito. Fuente: protocolo.org

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