31 mar 2011

Cómo los ricos destruyen el planeta, Hervé Kempf

Cuando Hervé Kempf publicó en Francia el año pasado Cómo los ricos destruyen el planeta, estaba lejos de imaginar la actualidad que adquiriría su alegato en defensa de la ecología. En 12 meses, el recalentamiento del planeta acentuó sequías, inundaciones y turbulencias climáticas.

Se multiplicó el precio del petróleo y de los alimentos, lo que provocó manifestaciones planetarias contra el hambre y la desigualdad social. Después de hacer oídos sordos a esas amenazas durante mucho tiempo, los gobiernos empezaron a reconocer que, en efecto, no le queda mucho tiempo al mundo para encontrar una solución si no quiere sumergirse en el caos. En 2007, Kempf había dicho: “Nos quedan diez años”. “El hombre alcanzó los límites de la biosfera. Vivimos un momento histórico. Nos encontramos realmente en un callejón sin salida”, dijo a adn CULTURA.

Periodista del diario francés Le Monde , especialista en temas ecológicos desde hace más de 20 años, Kempf analiza con cifras y argumentos precisos las razones de esa urgencia. En su libro, que acaba de ser publicado en la Argentina por Libros del Zorzal, denuncia el papel de los ricos en ese proceso de destrucción: “Son ellos quienes crean los modelos que imita el resto del planeta”, afirma. A su juicio, la necesidad de consumo material se transmite de los opulentos hacia abajo hasta llegar a los más pobres de los países más miserables. Kempf no pretende privar a los pobres de la posibilidad de desarrollarse. Para él, es imprescindible regresar a la noción de “bien común”. “Es una cuestión de sentido común. Es necesario regresar a la sobriedad”, dice este parisino afable, de 51 años, que se desplaza en bicicleta y cuyos cinco hijos viven felices en el corazón de la quinta potencia del mundo sin teléfono celular ni televisión.

- Cuando publicó su libro, la ecología estaba lejos de tener la importancia que alcanzó ahora. ¿Usted esperaba esa aceleración brutal de la crisis?

- Sí. Yo sabía que era inminente. Pero lo que más me sorprendió fue la toma de conciencia del aspecto social de la cuestión ecológica que se ha producido. En Francia, la gente, en particular la de izquierda, terminó por entender que la ecología no es una preocupación de burgueses, sino que realmente forma parte de la política; que ya no se puede interpretar el mundo sin la ecología. Por su parte, los ecologistas han comprendido que es imposible pensar la ecología sin tener en cuenta las desigualdades sociales. Es evidente que el encuentro entre la ecología y lo social se está haciendo en forma muy clara.

- ¿Por qué se produce esa conjunción?

- Por la realidad. La gente ve que la crisis no está en el futuro, sino en el presente. El aumento de los precios del petróleo, la crisis alimentaria. Desde la canícula de 2003 en Francia, que provocó 15.000 muertos (cerca de 70.000 en Europa), el continente pasa sin cesar de sequías a inundaciones. China soportó este año las peores tempestades de nieve de los últimos 50 años. En cada lugar del planeta ha ocurrido alguna catástrofe climática. Y lo mismo sucede con las desigualdades sociales. Desde hace tres o cuatro años cada vez hay más manifestaciones de protesta. La gente se está dando cuenta de hasta qué punto el desarrollo del capitalismo en los últimos 30 años se hizo profundizando las desigualdades. No lo sabían. Yo terminé por verlo hace tres o cuatro años. En Francia la gente supo hace poco que los presidentes de las 40 mayores empresas cotizadas en la bolsa se aumentaron sus ingresos en más de 50%, cuando el salario promedio del país no aumentó en el mismo período.

- Usted dice en su libro que los ricos tienen que volver a la mesura. Que “la solución es detener el crecimiento material”. ¿No es un delirio?

- ¿Qué es un delirio? Hay hipermillonarios que quieren comprarse cohetes para ir al espacio y yates de 110 metros de largo. ¿Son ellos los que deliran o deliramos los que decimos: “Hay una crisis ecológica tan profunda que habría que limitar la presión de la sociedad humana sobre el medio ambiente y reducir el consumo”? . Si queremos hacer avanzar las cosas debemos articular la cuestión ecológica a la restructuración de la relación de poder, de la acumulación de riquezas. Yo no digo que los ricos o los empresarios deben desaparecer. Por el contrario, creo que tienen un papel muy importante que desempeñar. Pero hay estudios que muestran que en los años 70 los ejecutivos ganaban 30 veces más que sus empleados. Ahora hemos superado la proporción de 120 por uno. No se trata de denunciar. Pero es necesario decir que hay que volver a una relación social más humana y normal.

- ¿Y eso cómo puede hacerse?

- Políticamente, redescubriendo el bien común.

- Usted es un optimista sin límites.

- No. Después de ese libro di varias conferencias en Francia y me doy cuenta de que hay mucha gente que tiene necesidad de descubrir la política, de cambiar las cosas, de imaginar otro mundo en el cual podrían participar. La gente normal conoce la realidad, mucho más que los hiperricos o los oligarcas, como yo los llamo. Hay dos fenómenos simultáneos. El primero son esos individuos que discuten, proyectan y hacen cosas para ir en una dirección diferente de aquellos que buscan el enriquecimiento desenfrenado o la acumulación de bienes. El segundo es que la gente quiere hacer política. La gente recupera ese bien común. En los años 60 el concepto de bien común estaba -por lo menos en Francia- mucho más presente que ahora. Cuando yo era niño todos los adultos hablaban de política, fueran comunistas o gaullistas . Estos últimos 30 años consiguieron convencernos de que la política no sirve para nada, de que todos los políticos son corruptos. En Francia, la izquierda tiene mucha responsabilidad en esto. En ese proceso hemos perdido la idea del bien común. Ahora, cada individuo piensa que uno es lo que tiene. Si uno tiene un hermoso Mercedes es porque ha trabajado muy bien y se merece un auto mejor que el de los otros.

- En esa crítica durísima que hace de los hiperricos dice que no tienen proyecto de sociedad.

- Efectivamente. No lo tienen. En los años 60, las elites mundiales, sobre todo en Estados Unidos, tenían un proyecto que era el de defender el mundo libre del comunismo soviético. Y tenían razón. La clase dirigente (que entonces llamábamos burguesía) tenía como objetivo no sólo hacer mucho dinero, sino defender Occidente y sus valores. Desde el derrumbe de la Unión Soviética, la clase dominante no tiene proyecto. Lo único que defiende es el crecimiento, la acumulación de bienes y, sobre todo, la preservación de la relación de fuerzas establecidas desde el poder. Cuando uno lee sus libros o sus revistas, es imposible encontrar alguna visión de futuro. Y, si existe, es una visión apocalíptica, que imagina que los más ricos terminarán aislados, protegidos por muros y milicias privadas, frente a las amenazas desencadenas por la crisis ecológica y social. Tenemos una clase dirigente que ha dejado de tener legitimidad. Porque ¿qué confiere legitimidad al poder? La capacidad de proponer a una sociedad una forma de pensar el futuro. No tenemos eso. Lo único que les interesa es acumular para ellos.

- ¿Y la clase política?

- La clase política está al servicio de ese gran capital. Los ejemplos de Berlusconi, Sarkozy y George Bush son claros: Bush es el amigo de todos los hipermillonarios estadounidenses; Sarkozy, el de todas las grandes fortunas francesas, y Berlusconi es un multimillonario que posee infinitas empresas. Actualmente tenemos una clase política que está totalmente engarzada en esa oligarquía económica y que comparte sus valores.

- Usted afirma que, además de carecer de proyecto político, son ignorantes y que, incluso, tratan de llevar el planeta al cataclismo.

- Por lo menos una parte de ellos tiene la tentación de ir hacia el límite aceptable. Mire la forma en que se comportó la presidencia de George Bush, que fue una de las más catastróficas de la historia de Estados Unidos.

- Es verdad que, en Irak, los intereses económicos parecen haber eclipsado cualquier otra consideración.

- Tres señales muestran que una parte de la clase dirigente está dispuesta a todo para mantener su preeminencia frente a las crecientes tensiones sociales y ecológicas que se manifiestan. Primero, la guerra en Irak, que desestabilizó a Medio Oriente y que fue desencadenada gracias a mentiras vergonzosas. En segundo lugar, el hecho de que el número de prisioneros en Estados Unidos aumenta en forma regular desde que Bill Clinton dejó de ser presidente. Hoy, Estados Unidos es el país que encarcela la mayor cantidad de gente en el planeta. Por último, la actitud de la administración Bush cuando se produjo el huracán Katrina en Nueva Orleans: la respuesta fue enviar militares no para ayudar a la gente, sino para encarcelar a aquellos que robaban porque no tenían nada para comer. En Europa, donde generalmente somos mucho más respetuosos de las libertades públicas, hay una multiplicación de las cámaras de videovigilancia, de ficheros informáticos de todo tipo, en nuestros países también aumenta el número de gente encarcelada Esto revela que la oligarquía tiene una propensión a recurrir cada vez más a instrumentos de represión con el objetivo de mantener la estructura social actual.

- Entre paréntesis, ¿por qué utiliza en su libro el término “oligarquía”?

- Porque no soy marxista. No hago un análisis clasista, tipo proletariado por un lado y burguesía por el otro. Creo que la actitud individual es fundamental en esto. Todos los miembros de la oligarquía no son fatalmente depredadores, no todos se comportan como la mayoría de los millonarios. Incluso cuento mucho con la ayuda de una parte de la oligarquía. Con la gente que tiene medios, no necesariamente los hipermillonarios: los abogados, los periodistas, los jefes intermedios de empresa, los altos funcionarios Toda esa gente puede evolucionar para rescatar el bien común. Tengo la esperanza de que los jóvenes que pertenecen a ese sector o se incorporan a él entiendan que el objetivo en la vida no es el de acumular, sino el de ser útil a la sociedad y a la comunidad planetaria.

- ¿Cómo imagina un mundo sin crecimiento?

- No estoy en contra del crecimiento, sino a favor de la reducción del consumo material. Imagino un mundo donde no habría más evasión fiscal de los más ricos. Esa evasión significa varios miles de millones de dólares que están depositados en Liechtenstein, en las islas Caimán, en Guernesey o en otros sitios. Europa tiene una responsabilidad enorme y podría comenzar a hacer un esfuerzo en ese sentido. Se podría recuperar una gran parte de la riqueza colectiva que, por el momento, es robada por esos hiperricos y que volvería a la sociedad. No pretendo la igualdad perfecta, no creo en eso, pero se terminaría todo ese consumo desenfrenado de gastos inútiles; sería el fin de ese modelo cultural de superconsumo que empuja a la gente normal a imitar esas conductas (tener una 4×4, una pantalla extraplana de TV o el último modelo de cualquier cosa). Imagino un mundo donde la parte ahorrada del hiperconsumo serviría para financiar actividades sociales que toda comunidad necesita. En Francia necesitamos educación, salud pública. El mundo necesita otra agricultura, más ecológica, que produzca más y emplee más gente; necesita eficacia energética, con menos derroche; otra política de transporte. Imagino un mundo donde seguiríamos creciendo, pero donde ya no existiría el crecimiento material. Hay que instaurar una actividad económica centrada en la necesidad de la gente, orientada hacia los lazos sociales y el intercambio. Por fin, teniendo en cuenta que soy ciudadano de una gran potencia, quizás estas naciones ricas deberían ser más generosas y utilizar parte de esa enorme riqueza para ayudar a esos países que, por el momento, hemos explotado descaradamente.

- ¿Cómo se les pide a los países emergentes como China o India que dejen de consumir?

- Yo no puedo hacerlo. Por eso me dirijo, sobre todo, a los grandes países del Norte que son los más ricos y los principales contaminadores. Además, son ellos los que definen el modelo cultural que se ha impuesto en el planeta a través de la mundialización. Las clases medias indias tienen ganas de consumir más, de tener autos más potentes, porque miran en la TV cómo viven los estadounidenses y los europeos. Con los rusos sucede lo mismo. Lo que pido a europeos y norteamericanos es que cambien el modelo. En todo caso, China, India o Brasil se están dando cuenta rápidamente de la amplitud de la crisis ecológica. Y ven que en sus países también hay fenómenos de desigualdad, que serán cada vez más insoportables a medida que la crisis se agrave. En esos países hay conflictos sociales que se organizan en torno al control de los elementos esenciales a la supervivencia (agua, propiedad de la tierra). Las contradicciones que hemos descrito a escala mundial, se están manifestando también a nivel nacional en el sur. El crecimiento en esos países no durará mucho tiempo. El crecimiento actual de China y de India (entre el 9 y 10%) no durará mucho. Es demasiado violento, tanto desde el punto de vista ecológico como social. También allí se producirán profundos movimientos de transformación. Sin embargo, a ellos les será menos difícil ir hacia un modelo de sociedad que consuma poco materialmente. Los habitantes de los países ricos padeceremos más ese proceso, porque hemos perdido la costumbre de la sobriedad.

Por Luisa Corradini

Fuente: ADN Cultura Vía: Ecosistema Urbano

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11 mar 2011

Banco: Diccionario de Voltaire

BANCO La banca es un cambio de dinero por papel. Hay bancos privados y bancos públicos. Aquéllos hacen operaciones por medio de letras de cambio que un particular os entrega para que recibáis vuestro dinero en el lugar indicado. El primero recibe el medio por ciento, y su corresponsal, donde vais a cobrar, recibe otro medio por ciento cuando os paga. Esta primera ganancia es un convenio entre ellos y no es necesario advertir al comprador.

La segunda ganancia, mucho más considerable se consigue por el valor del dinero. Esta ganancia depende de la inteligencia del banquero y la ignorancia del que remite el dinero. Los banqueros se entienden entre sí hablando una jerga particular, como los químicos; y el profano, no iniciado en esos misterios, suele ser su víctima. Dicen por ejemplo: «Remitimos de Berlín a Amsterdam lo incierto por lo cierto; el cambio está alto, a treinta y cuatro o treinta y cinco». Y hablando ese lenguaje, el hombre que cree entenderlos pierde un seis o un siete por ciento; de modo, que si hace quince viajes a Amsterdam, remitiendo siempre dinero con letras de cambio, al final los dos banqueros se habrán quedado con todo el dinero del remitente. Esto es lo que ordinariamente hace adquirir a los banqueros una extraordinaria fortuna. Si preguntáis qué es lo incierto por lo cierto, os contestará por mí el ejemplo que acabo de presentaros.

En Francia se trató de establecer un Banco del Estado en 1717, tomando como ejemplo el de Inglaterra. Tuvo por objeto pagar con billetes de ese banco los gastos corrientes del Estado, recibir las imposiciones del mismo modo y satisfacer las deudas con billetes, entregar sin descuento las cantidades que giraran sobre el Banco los franceses o los extranjeros, y de esa forma asegurarle un gran crédito. Esa operación doblaba el valor del dinero emitiendo billetes del Banco mientras hubiera moneda corriente en el reino, y lo triplicaba si, emitiendo doble número de billetes que valor tenía la moneda, se tenía cuidado de efectuar los pagos en el tiempo preciso, porque acreditándose la caja todos dejarían en ella su dinero y así adquiría un crédito tres veces mayor, como le ocurría al Banco de Inglaterra.

Muchos hacendistas y banqueros opulentos, envidiosos de Law, inventor de este banco, trataron de arruinarle desde su fundación, y coaligándose con los comerciantes holandeses libraron contra él todos sus fondos en el espacio de ocho días. El gobierno, en vez de suministrar nuevos fondos para efectuar los pagos, único medio de sostener el banco, quiso castigar la mala fe de sus enemigos, y mediante un decreto dio a la moneda un tercio más de su valor real, con lo que cuando los agentes holandeses se presentaron para que les satisficieran los últimos pagos sólo recibieron en dinero las dos terceras partes de sus letras de cambio. Pero ya habían dado al banco el gran golpe y éste quedó exhausto, y el alza del valor numerario de la moneda acabó de desacreditarle. Esa fue la primera época de la destrucción del famoso sistema de Law. Desde entonces, ya no hubo en Francia banco público, y lo que no había acaecido a Suecia, Venecia, Inglaterra y Holanda en sus épocas más calamitosas, sucedió a Francia cuando nadaba en la paz y la abundancia.

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