17 ene 2013

Testamentos famosos

Shakespeare en su testamento dispuso que se le entregara a su hija Judith un cuenco de plata, 100 libras esterlinas, una reserva de otras 150 libras (a condición de que ella renunciase a cualquier demanda en relación c...on Chapel Lane, una casa que tenía el escritor británico) y otra suma equivalente si ella lo sobrevivía al menos tres años. Ordenó que en caso contrario se le entregara el dinero a su nieta Elizabeth. El dramaturgo legó además algunas pertenencias al marido de su otra hija, Susan, a sus tres sobrinos y a su hermana Joan, y dejó diez libras para repartir entre los pobres de Stratford. Pero no queda del todo claro por qué a su esposa, Anne, a quien le correspondía la tercera parte de los bienes, le dejó además, como recuerdo, no la mejor cama de la casa, sino otra de menor calidad. El dato ha suscitado las más diversas interpretaciones. Lo más probable es que, como era costumbre en la época isabelina destinar la mejor cama de la casa a los invitados, el hecho de haberle dejado la cama matrimonial, lejos de ser un gesto de indiferencia o desamor, fuera una prueba de profundo afecto. No hay certezas al respecto. Tampoco las hay sobre las causas de la muerte de Shakespeare. Algunos señalan su adicción a la bebida, pero una versión más extendida la atribuye a algún tipo de cáncer.

El sitio web Ancestry.co.uk reveló a fines de 2010 datos jugosos sobre este tema, que los principales diarios del mundo reprodujeron. Se hizo pública una serie de documentos reservados que abarcan el período 1861-1941, lo que permitió el acceso general a los testamentos de figuras renombradas de la historia.

Así, se supo que el poeta Thomas Hardy (1840-1928), hijo de padre constructor y madre cocinera, dejó una fortuna de 91.707 libras a una entidad financiera, el Lloyd Bank Limited. Nada recibió su esposa, Florence Dugdale. Y que el novelista inglés Charles Dickens (1812-1870), uno de los escritores más reconocidos de la literatura universal, dejó al morir propiedades por un valor equivalente a 11 millones de euros, suma que le había permitido disfrutar de una vida de lujos y placeres. Se cree que fueron el trabajo excesivo y el estrés provocado por un matrimonio por demás conflictivo los motivos que aceleraron la muerte prematura y repentina del autor de Oliver Twist y Grandes esperanzas. Se produjo el 8 de junio de 1870, a causa de un derrame cerebral del que el escritor no pudo recuperarse. Hijo de un padre alcohólico y adicto al juego, Dickens había crecido en un ambiente signado por la pobreza, la incomunicación y la violencia. Su padre llegó a caer preso por sus abultadas deudas, y el pequeño Charles se vio obligado a trabajar desde muy chico y a abandonar más de una vez la escuela, imposibilitado de pagar sus gastos básicos. Su ingreso en el periodismo en 1828 (fue contratado como redactor en el diario Morning Chronicle)cambiaría para siempre su destino. Durante las dos últimas décadas de su vida, Dickens sufrió golpes que deterioraron su salud: enfermedades reiteradas, la muerte de una de sus hijas y la de su hermana, el divorcio de su esposa y un accidente ferroviario. Su cuerpo está enterrado en Londres, en la Abadía de Westminster.

También Arthur Conan Doyle (1859- 1930) murió rico. El padre de Sherlock Holmes, el detective más famoso de todos los tiempos, falleció de un ataque al corazón a los 71 años y dejó a sus herederos unos 3 millones de libras de hoy, con indicaciones precisas para que fueran dispuestas en beneficio de su última mujer y de uno de sus hijos, Percy. Había tenido, en total, cinco hijos, de dos matrimonios. Llamativamente,no legó nada a sus hijas mujeres. Tras haber terminado la carrera de medicina, en su juventud Conan Doyle dio forma a una breve novela, Estudio en escarlata (1887), cuya proyección jamás imaginó: ése sería el primero de los 68 relatos que lo convirtieron en uno de los autores más aclamados del género policial. El personaje de Sherlock Holmes fue para el autor algo así como la gallina de los huevos de oro una vez que alcanzó notoriedad. A partir de 1890, Conan Doyle comenzó a amasar una fortuna, sin duda moderada en relación con las ganancias que en el último siglo y medio generaron sus obras. En Crowborough, Inglaterra, ciudad en la que residió veintitrés años, lo recuerda una estatua. El patrimonio que logró reunir Lewis Carroll (1832-1898) fue bastante menor que el de Conan Doyle: el equivalente a 450.000 libras actuales. Lewis Carroll fue el seudónimo que eligió para firmar sus relatos Charles Lutwidge Dodgson (1832-1898), diácono anglicano, lógico, matemático, fotógrafo y escritor británico, conocido sobre todo por su obra Alicia en el país de las maravillas y por sus fotografías, que dieron pie a las sospechas sobre una posible inclinación pedófila. Un dato significativo es que en su testamento ordenó que tras su muerte fueran destruidos los retratos de niñas desnudas. La indicación se cumplió, ya que de ellos no se ha encontrado ningún rastro; las que se conocen son todas fotos de niñas que, aunque en actitudes provocativas, se encuentran vestidas. Así como desaparecieron aquellas fotos comprometedoras, Carroll se llevó a la tumba los secretos de su relación con Alice Liddell, su pequeña musa inspiradora, a la que conoció de niña y con quien siguió carteándose -aunque ya sin el mismo interés- hasta la madurez de ella. Una mañana soleada de julio de 1862, Carroll y otro párroco, el reverendoRobinson Duckworth, llevaron a las tres hermanas Liddell (Lorina, de trece años; Alice, de diez y Edith, de ocho) a pasear en barco por el Támesis. Según los relatos del propio Carroll, de Alice Liddell y de Duckworth, el autor improvisó la narración, que entusiasmó a las niñas, especialmente a Alice. Después de la excursión, Alice le pidió que escribiera la historia. Dodgson pasó una noche componiendo el manuscrito, que tituló Las aventuras subterráneas de Alicia ( Alice’s Adventures Under Ground ), y que él mismo ilustró. Lejos estaban todos ellos de saber entonces que ése sería el germen de la mayor y más trascendente obra literaria de Carroll y su mayor éxito comercial. Sobre la muerte y el mito de Ernest Hemingway (1899-1961) se ha escrito mucho.

Quien acaso fue, junto conWilliam Faulkner, el mayor escritor estadounidense de la primera mitad del siglo XX se mató de un escopetazo en la boca la madrugada del 2 de julio de 1961. Así puso punto final a una vida de aventuras. Su esposa oyó entre sueños un ruido sordo, “como una puerta que se cerrara de un golpe”. Estaban en la casa que compartían en Cuba y en la que habían vivido durante veinte años. Oficialmente, el suicidio de quien sólo seis años antes había ganado el Premio Nobel de Literatura -autor de Por quién doblan las campanas , Adiós a las armas , El viejo y el mar y París era una fiesta , entre otras obras- se presentó como un desgraciado accidente, pero los que lo conocían entendieron desde el primer momento que el escritor se había rendido ante los reiterados golpes sufridos a lo largo de su historia. También su padre y su abuelo se habían suicidado. El escritor se había venido mostrando irritable, desganado y mañoso. Bebía sin control y había amagado varias veces con quitarse la vida. Las depresiones reiteradas, que habían devenido, según los especialistas, en una manía persecutoria, fueron tratadas con electroshocks. Hemingway atribuía a la agresividad de los tratamientos la sequía creativa de sus últimos tiempos y la imposibilidad de hacer frente a las propuestas de trabajo que le ofrecían. El diagnóstico de Alzheimer, que recibió poco antes del f inal, profundizó su angustia. Su última voluntad fue que su esposa recibiera la totalidad de sus bienes. Su testamento no hace ninguna mención a sus tres hijos. El primogénito, JackJohn Hadley Nicanor Hemingway, llamado Bumby, también fue escritor y tuvo dos hijas famosas: las modelos y actrices Margaux y Mariel Hemingway Hemingway. Margaux (nacida en 1954) padecía de depresión autodestructiva y se suicidó el 1 de julio de 1996, un día antes del aniversario de la muerte de su abuelo Ernest.

 El dramaturgo británico George Bernard Shaw (1856-1950), por su parte, murió un 2 de noviembre de mitad de siglo, a causa de las heridas sufridas al caer de una escalera, en su casa de campo de Ayot Saint Lawrence. Dejó a sus descendientes 1.028.000 dólares y pidió que en sus funerales se evitara a cualquier costo la presencia de cruces “o cualquier otro instrumento de tortura o símbolo de sacrificio de sangre”. Además, el ganador del Premio Nobel de Literatura 1925, famoso en el mundo entero en el momento de su muerte, pidió también que sus cenizas fueran esparcidas en Ayot Saint Lawrence. “Personalmente, prefiero el jardín al claustro”, escribió. Un dato por demás curioso es que, al margen de lo que legó a sus familiares, Shaw destinó parte de su fortuna a instituciones académicas, para el estudio y desarrollo de un nuevo alfabeto. El proyecto fracasó en una primera instancia debido a que la suma resultaba insuficiente y a que la solicitud de ampliarla fue impugnada en los tribunales, que la consideraron demasiado vaga. El Estado dividió esa parte de su testamento entre otros beneficiarios mencionados por Shaw: la National Gallery of Ireland, el British Museum y la Royal Academy of Dramatic Art. La situación se revirtió siete años después de la muerte del autor. Entonces, los derechos de la comedia musical Mi bella dama ,basada en la obra teatral Pigmalión, permitieron a los estudiosos desarrollar el llamado “alfabeto shawiano”. En 1958 se realizó un concurso. Entre los 467 alfabetos que intentaban hacer más precisa la escritura en inglés se impuso el de Ronald KingsleyLeer, que, por supuesto, nunca prosperó demasiado.

La muerte de la escritora Virginia Woolf (1882-1941), que se suicidó en 1941, benefició económicamente a su marido, el editor Leonard Sidney Woolf, que recibió la suma de 16.868 libras. Hija del escritor Leslie Stephen, una de las figuras más importantes de la vida literaria británica, Woolf sobrevivió a una adolescencia traumática. Perdió a su madre a los 13 años y a los 22 a su padre. El vacío en que la sumieron esas ausencias precoces la condujo por primera vez al borde del suicidio. En 1915 publicó su primera novela, Viaje de ida , y cayó gravemente enferma; padecía esquizofrenia. Las crisis, más o menos violentas, siguieron acosándola durante el resto de su vida. El año de su suicidio su salud se había deteriorado seriamente. El 28 de marzo de 1941 desapareció de su casa y el 31 fue encontrada ahogada. Dejó dos cartas: una para Leonard y otra para su hermana Vanessa. En ellas expresó su profunda angustia con su mejor herramienta, las palabras: Estoy segura de que, de nuevo, me vuelvo loca.

Creo que no puedo superar otra de aquellas terribles temporadas. No voy a curarme en esta ocasión… estoy haciendo lo que me parece mejor… No puedo seguir destrozando sus vidas por más tiempo. Entre quienes optaron por dejar a sus amigos sus bienes más preciados se incluye Oscar Wilde (1854-1900), escritor, poeta y dramaturgo que destinó a su amigo Ross las escasas cien libras que le quedaban tras su paso por la cárcel de Reading, donde había sido recluido tras ser condenado a trabajos forzados por el delito de sodomía, y por la pensión parisina en la que se recluyó después de la cárcel, con el seudónimo de Sebastian Melmoth. El autor de El retrato de Dorian Gray y La importancia de llamarse Ernesto murió en 1900, lejos de su familia, casi desahuciado, en un hotel de la capital francesa. Sus últimos años de vida se caracterizaron por la fragilidad económica, sus quebrantos de salud, los problemas derivados de su afición a la bebida y un acercamiento de última hora al catolicismo. Sólo póstumamente sus obras volvieron a representarse y a editarse en varias lenguas.

En la misma línea, Robert Louis Stevenson (1850-1894) dejó su herencia (15.125 libras) a su amigo Charles Baxter, a quien además había dedicado algunos de sus libros. Ambos habían mantenido una estrecha amistad durante décadas. Además, con buen humor, el escritor le dejó a su amiga Annie H. Ide una nueva fecha de cumpleaños. Ide se había quejado ante Stevenson por los inconvenientes de haber nacido en Navidad, así que el autor le “regaló” otro día natal, el 13 de noviembre, pidiéndole que cuidara de él y que lo usara “con moderación y humildad, ya que este día de cumpleaños no es tan joven como el que tenías antes”. El caso más desopilante, sin embargo, parece ser el de León Tolstoi, novelista considerado uno de los más grandes escritores de la literatura mundial, que dejó por escrito todas sus posesiones… al tronco de un árbol. Tolstoi murió el 20 de noviembre de 1910 a las seis y cinco de la mañana. Así lo marcan desde hace casi cien años los relojes de época de la estación de Astapovo,donde el escritor se apeó para morir, y que están detenidos en ese punto a modo de homenaje. La imagen de Tolstoi, bajando de un vagón de tercera clase, con 38 grados de fiebre y sostenido del brazo por su médico Makovitski, forma parte de la épica de la literatura. Es también tema central de La última estación en la vida deTolstoi , de Jay Parini, libro que inspiró el film protagonizado por Christopher Plummer y Helen Mirren. Tres días antes, el escritor había escapado, con pulmonía, de su finca de Yasnaia Poliana, huyendo, con la complicidad del médico y de una de sus hijas, de los arrebatos de su mujer, Sofia Andreevna, con quien había tenido ocho hijos y mantenía una relación de amor-odio, que se había tornado insoportable para ambos. La estación del pueblo fue rebautizada con su nombre en 1918.

CASOS RECIENTES: CELA, BENDETTI Y LARSSON Entre los testamentos de escritores latinoamericanos que han tomado estado público en los últimos tiempos, tiene ribetes particulares el del uruguayo Mario Benedetti. Las disposiciones testamentarias del autor de Gracias por el fuego generaron abundante controversia entre los herederos. Tras el fallecimiento de Benedetti, en mayo de 2009, el hermano del escritor, Raúl, denunció que el testamento firmado por el escritor en mayo de 2008 había sido escrito bajo presión. El texto consagraba como “única y universal heredera” a la Fundación Mario Benedetti. Mario dejaba también una renta vitalicia a Raúl y un monto de dinero a su primo, Oscar Domínguez Benedetti. “Tengo una sensación muy desagradable, siento una mezcla de dolor y de fastidio con quienes se han portado tan mal, revoloteando como aves de rapiña ante su cuerpo, que todavía está fresco”, declaró Raúl Benedetti a la prensa, e inmediatamente después inició una acción judicial para que el escrito fuera revocado. “Para mí, esto se lo hicieron firmar”, dijo. El hermano de Benedetti reveló que en los almuerzos familiares “se hablaba mucho del asunto” de la sucesión y que siempre en esas conversaciones se daba por sentado que él sería “el heredero único y universal”. Las posesiones en juego incluyen un departamento en Montevideo, otro en Madrid, una biblioteca de siete mil volúmenes, cuadros de mucho valor y una cuenta bancaria en la que se depositaban los derechos de autor de todas las obras del escritor, editadas en diversos idiomas (los derechos consisten, por lo general, en un 10% del precio de venta de cada libro).

Antes del affaire Benedetti, el caso del español Camilo José Cela, fallecido en enero de 2002, también había provocado discusiones en su círculo familiar y una prolongada polémica pública. Antes del fin, el escritor legó sus propiedades y bienes (una casa en Puerta de Hierro, Madrid; cuatro empresas fundadas por él para administrar sus derechos de autor y algunos negocios inmobiliarios) a la que sería su viuda, Marina Castaño, pese a que reconocía los “derechos legitimarios” de su único hijo, Camilo José Cela Conde, del que estaba distanciado desde hacía años. El Premio Nobel Cela declaró que su hijo podía considerarse “completamente pagado” con un cuadro valuado en 900 mil euros, cuya historia resulta valiosa por sí misma. La obra, conocida como “El Miró rasgado”, había sido adquirido por el autor de La colmena creyendo que se trataba de un auténtico Joan Miró. Después descubrió que la pintura no pertenecía al artista catalán. Miró, amigo del escritor, rasgó el cuadro en cuatro partes y pintó sobre el lienzo cosido. En el dorso escribió: “En recuerdo de una falsa tela apuñalada que dio nacimiento a una obra auténtica”. Al dejarlo como herencia, podría suponerse que Cela apelaba secretamente a que esa recomposición pictórica sirviera como símbolo de una posible reparación de la deteriorada relación con su hijo. Pero todo indica que no fue así: apenas se habría resignado a cederle a su vástago lo que éste ya tenía. En una oportunidad, ya se había negado a devolver el cuadro, lo que causó una pelea familiar.

Otro caso que cobró estado público y que aún permanece irresuelto es el del escritor sueco Stieg Larsson,muerto en noviembre de 2004, que se convirtió en best seller tras su fallecimiento, cuando se publicó la trilogía de novelas policiales Millennium. Larsson, que murió de un ataque al corazón a los 50 años de edad, justo antes de la publicación de sus libros, nunca tuvo mucho dinero en vida ni imaginaba el éxito de ventas que iban a ser sus obras. Cuando redactó su testamento -en 1977, antes de realizar un viaje a Etiopía del que temía no regresar con vida-, legó sus pocos bienes a la Federación de Trabajadores Comunistas de Umeaa (ciudad ubicada al norte de Suecia), integrante de la IV Internacional Comunista. Claro que cuando su trilogía alcanzó cifras de venta multimillonarias, hubo quienes salieron con los tapones de punta a poner en duda la validez de su último deseo. Hasta estos días, la compañera de Larsson, Eva Gabrielsson -con quien el escritor convivió 32 años, aunque sin casarse, por razones de seguridad, ya que Larsson escribía contra el neonazismo y debía pasar períodos en la clandestinidad-, no recibió nada. El padre y el hermano del autor se quedaron con los derechos de sus obras. Eva pudo conservar sólo lo que había en el departamento que había compartido con su esposo. Cuando la amenazaron con echarla de allí, se aferró a la computadora que contiene el cuarto tomo, inconcluso, de la serie. No reclama dinero, pero espera obtener derechos sobre el libro, en cuya elaboración dice haber contribuido indirectamente. Mientras tanto, el padre y el hermano de Larsson desoyen los pedidos. Según la revista Forbes , el sueco ocupa un puesto destacado en la lista de los “muertos más ricos del mundo”. Se calcula que sus herederos han obtenido unos 20 millones de euros con la trilogía, ya traducida a más de 30 idiomas. La viuda se las ingenia como puede: este año publicó Millenium, Stieg y yo , las memorias de su vida con su difunto esposo, que seguramente generarán revuelo entre sus fanáticos. En la imagen: testamento de Shakepeare aquí el texto escondido

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