Su primer trabajo en una agencia de publicidad consistía en patearse todas las redacciones de los periódicos locales de Fleet Street, la calle de Londres donde se concentraban centenares de redacciones de periódicos locales, recoger los periódicos en los que aparecían anuncios de clientes de la agencia, señalarlos con una pegatina para que el cliente pudiera comprobar su aparición en prensa y la agencia, consecuentemente, cobrar. Años después, en 1970, Charles Saatchi fundó la agencia de publicidad Saatchi&Saatchi, actualmente una de las más importantes del mundo.
Pero, al mismo tiempo, Saatchi empezó a coleccionar arte y más adelante abrió su primera galería, una antigua fábrica de pinturas de casi 3000 metros cuadrados en Boundary Road y en los años 80 y 90 empleó la mayoría de su tiempo (y de su dinero) en convertir a artistas hasta ese momento desconocidos –Damien Hirst, Jeff Koons, Cindy Sherman, Chapman Brothers, Sarah Lucas, Marc Quinn, Tracey Emin, sólo por citar algunos– en estrellas del panorama del arte mundial.
Una especie de Rey Midas que convierte en oro todo lo que toca y que lleva años moldeando a su gusto el mercado del arte contestando a menos preguntas posibles sobre sí mismo, su pasión y su negocio. No sea que alguien le robe el secreto de tanto éxito. Por eso, cuando un libro reúne todas o casi las preguntas que han sido puestas a lo largo de estos años al Señor Saatchi por periodistas, críticos y gente común y a las que el Señor Saatchi ha hecho el honor de contestar, no hay mucha elección: hay que leerlo.
El libro “Me llamo Charles Saatchi y soy un artehólico” –ya publicado en inglés por la editorial Phaidon– sale ahora en español siempre por Phaidon y nos da la oportunidad– a los publicistas en busca de inspiración, a los amantes o aficionados del arte, a los artehólicos de todo tipo o simplemente a los que siguen sin entender cómo funciona el mercado del arte – de conocer un poquito más de cerca un genio en busca de genios, cuyas respuestas, pese a la elevada cantidad de veneno que a veces contienen, enganchan por su absoluta inteligencia.
¿Qué es lo más honesto que puede usted decir sobre sí mismo? ¿Cómo valora la publicidad actual de los medios políticos? ¿Cree que ha arruinado la vida de alguien machacando sistemáticamente su trabajo? ¿Mar o montaña? ¿Magritte o Manet? ¿Judías de lata o aros de espaguetis? Son sólo algunas de las preguntas a las que Saatchi contesta en este libro y que abren mil ventanas sobre este extraño personaje que domina el mundo del arte negándose a presenciar sus inauguraciones – y las de los demás, por supuesto (“No voy a las inauguraciones de otra gente, así que me aplico la misma cortesía a mí mismo”, dice) –, que adora Jackson Pollock y siente debilidad por Goya (el Prado es en absoluto su museo favorito), que reconoce que el arte es su única extravagancia y que es totalmente adicto a comprar arte.
Porque, como dice él, “cuanto más te gusta el arte, más arte te gusta” y lo más honesto que puede decir de sí mismo es que se llama Charles Saatchi y es un artehólico. Una palabra que hasta ahora no existía y que sin embargo tarde o temprano habría que inventar para definir a un hombre tan fuera de lo común, un hombre que no tiene miedo de decir lo que piensa sobre los otros coleccionistas, los marchantes, los políticos, los críticos, los artistas y, por supuesto, sobre los mismos artistas. Un fuego cruzado de preguntas y respuestas, vibrante y divertido, del que el lector disfruta con la sonrisa en la boca de la primera a la última página. La Información
12 ago 2010
Charles Saatchi
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