Sin dinero pero con mucho arrojo, pusieron manos
a la obra. Tuvieron que vender algunos de sus objetos personales, tales
como una guitarra, una armónica y una bicicleta, y con las 35.000 liras
que consiguieron pudieron comprar una máquina de tejer. Su hermana
pasaba más de dieciocho horas delante de la máquina y Luciano se
dedicaba a vender la mercancía en la tienda en la que trabajaba de
dependiente. Más adelante, con el muestrario bajo el brazo, se decidió a
visitar a los comerciantes del pueblo y consiguió un pedido de
setecientas prendas. La demanda aumentó y pronto tuvieron que distribuir
el trabajo entre otros artesanos.
En 1965 fundó junto con su hermana Giuliana y
sus hermanos Gilberto y Carlo la firma comercial Fratelli Benetton.
Cuatro años después la empresa abrió su primera tienda en el extranjero,
en París. En 1975, diez años después de su nacimiento, Benetton era ya
casi una multinacional que contaba con nueve fábricas en el mundo, cinco
en Italia y una en España, Francia, Escocia y Estados Unidos. En 1989
Benetton tenía ya 600 tiendas en Norteamérica, 500 en Francia, 200 en
España, así como establecimientos en Bucarest, Praga y Budapest. El
grupo vendía más de setenta millones de prendas en unos ochenta países
de todo el mundo, facturaba unos 152.000 millones de pesetas al año (con
unos beneficios de más de 11.000 millones de pesetas) y cotizaba en las
bolsas de Tokio y Francfort y en Wall Street.
Consciente de la necesidad de diversificación de
la actividad empresarial, Luciano Benetton creó una línea de baño
completa, un perfume fabricado por Hermés y un holding financiero
llamado Edizione para prestar servicios a sus socios y otras entidades
del sector textil. Edizione adquirió la compañía de artículos de deporte
Nordica, también italiana y que ocupa el primer puesto en el mundo
entre los fabricantes de prendas deportivas de invierno.
Al éxito de los colores vivos y del estilo
informal de la marca contribuyó sin duda una publicidad original, que a
menudo vio intensificada su difusión y eficacia gracias a las polémicas
que suscitaba. En los años 90, Luciano Benetton y su fotógrafo
publicitario Oliviero Toscani utilizaron imágenes que levantaron el
escándalo y fueron censuradas, como la de un recién nacido al que no le
habían cortado el cordón umbilical, la de un cura y una monja besándose,
o la de una familia que acompaña a un moribundo de Sida. En febrero de
1993 apareció desnudo y con sus manos cubriendo sus partes más íntimas
en periódicos y revistas internacionales. El anuncio formaba parte de la
campaña publicitaria del Clothing Redistribution Project, una operación
benéfica de recogida de ropa usada y destinada al Tercer Mundo.
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