3 ago 2014

La discreción de los multimillonarios alemanes

Nadie puede acusar a los más ricos de Alemania de ser ostentosos, todo lo contrario.
Cuando murió Karl Albrecht, por ejemplo, no hubo ningún anuncio por casi una semana. Sólo se supo después de que se acabó un pequeño y privado funeral.

Él y su hermano Theo habían convertido a la pequeña tienda de abarrotes de su madre en Aldi, una de las cadenas de supermercados más grandes del mundo.
Pero los hábitos y pensamientos de este magnate son desconocidos.
Para los obituarios, los diarios alemanes sólo pudieron rastrear unas sosas declaraciones que había hecho en 1953 y 1971.
No era un personaje público conversador. Aparentemente, cultivaba orquídeas y jugaba al golf, pero solo, en su campo privado.
Ante la ausencia de una presencia pública, nació una leyenda.
Los hermanos, dicen antiguos empleados, llevaban las cuentas usando cabos de viejos lápices, casi demasiado cortos para sostenerlos. Se dice que alguna vez le dijeron a los arquitectos que estaban diseñando un nuevo almacén que estaban usando un papel demasiado grueso.
Fue esta frugalidad la que hizo posible que los hermanos Albrecht alcanzaran el estatus de superricos.

Para llegar a la cima

La cadena de supermercados empezó después de que los hermanos Albrecht se hicieron cargo de la tienda.
Después de la guerra, se hicieron cargo de la tienda y establecieron una compañía llamada Aldi, por Albrecht Diskont (Descuentos Albrecht).
Redujeron al mínimo los costos, y en vez de publicidad, confiaron en la reputación de ofrecer precios bajos. Vendían lo que se vendía pronto, empezando con sólo 300 productos.
Consideraban que incluso las estanterías eran demasiado extravagantes pues los estantes requerían de empleados pagos que los llenaran y organizaran constantemente. En vez de eso, los productos eran depositados en las tiendas en las bandejas en las que llegaban.
Hasta hoy en día, los supermercados Aldi no ofrecen más de 2.000 productos, en contraste con los 45.000 de otras cadenas.
La comida tendía a estar en lata, pues la fresca le cuesta dinero a la tienda. Los administradores no tenían teléfono, se les decía que usaran el teléfono público más cercano.
Cuando Theo fue secuestrado en 1971, Karl negoció -durante días, según los medios alemanes- y luego pagó un rescate que, según la leyenda, intentó deducir de los impuestos.

Lujos para otros

Del dueño de Lidl no hay más que dos fotos.
Si Karl Albrecht era un recluso, el dueño de la cadena rival Lidl es invisible.
Sólo existen dos fotos de Dieter Schwarz, y una de ellas es en blanco y negro. Es posiblemente el número 25 en la lista de los más ricos del planeta pero nadie fuera de su círculo más cercano sabe qué piensa o hace.
Lo mismo pasa con la familia Quandt, dueña de BMW. El producto puede que sea un símbolo del consumo conspicuo pero ellos son un símbolo de la taciturnidad inconspícua.
Tome el caso de Susanne Klatten, la hija del industrialista Herbert Quandt, el hombre que hizo de BMW el coloso auto de lujo que es hoy. A ella le dejó el 12,5% de BMW.
La suma de sus otros intereses comerciales hace de Klatten la 44º persona más rica del mundo.

Susanne Klatten es la mujer más rica de Alemania

Ella también mantiene un perfil bajo. Cuando empezó en el negocio, como aprendiz en una de las fábricas, usaba un nombre falso.
El hombre con el que se casó no supo cuál era su identidad real hasta que el romance llegó a ser sólido.

La desigualdad en silencio

Es tentador sacar grandes conclusiones sobre la reticencia de los superricos de Alemania.
En Estados Unidos y Reino Unido, los comerciantes son parte de la vida pública. Warren Buffett da conferencias de prensa. Bill Gates hace giras por el mundo, haciendo campaña para prevenir enfermedades. Cada ciudad estadounidense tiene un museo o un centro de investigación médica o un departamento de historia nombrado en honor al ricachón local.
Pero el estilo alemán con el dinero es mantenerse callado.

Ir de incógnito tiene sus ventajas

Se debe en parte a que la frugalidad es considerada una virtud, un asunto de moralidad, no sólo de conducta sabia. Y, quizás, tras la experiencia de Theo Albrecht, la privacidad también implica que es menos probable que los secuestren.
No es entonces un lugar en el que se ve con buenos ojos que jóvenes millonarios se paseen por las calles en autos costosos: ellos hacen los Porsches y los BMWs pero para que otros alardeen.
Las cifras muestran que la riqueza privada en Alemania está más desigualmente distribuida que en cualquier otro país de la eurozona. Mientras que el 1% más rico de la población cuenta con una riqueza personal promedio de un millón de dólares, un 25% de los alemanes adultos no tiene ninguna riqueza o está en deuda.

Pero como los ricos son discretos, no siempre se nota.

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