25 ago 2011

Balzac y la elegancia

Alessia Cisternino La Información

Hay quien invierte fortunas en vestidos y accesorios de lujo en el intento de ser más elegante que los demás. Pero la elegancia no tiene nada que ver con el lujo. Lo dice el mismo Honoré de Balzac en su 'Tratado de la vida elegante', un clásico recientemente reeditado por la editorial Impedimenta.

¿Qué hay que hacer para ser elegante? ¿Irse de compra en las tiendas más caras de la ciudad? ¿Contratar a un personal shopper? ¿O más bien eliminar cualquier defecto en centros estéticos de lujo? Ninguna de estas cosas. Lo primero que hay que saber sobre la elegancia es que no se puede comprar. Elegante se nace, dice Balzac. Sin embargo, no hay que tirar la toalla: su famoso Tratado de la vida elegante, un clásico recientemente reeditado por Impedimenta, trata el tema de manera tan exhaustiva que, si no se ha nacido elegante, por lo menos se pueda aprender a serlo.

La indumentaria no consiste tanto en el vestido como en cierta manera de llevarlo. El vestido es solamente la última etapa del camino hacia la elegancia: no se puede parecer elegantes sin ser elegantes y ser elegantes es esencialmente preferir la sencillez al lujo, “poner lujo en sencillez y no sencillez en el lujo”.

El efecto más esencial de la elegancia es ocultar los medios. Los vestidos de alta costura o esos bolsos cuyas largas listas de espera les convierten en exclusivos objetos de deseo no son elegantes si, por ejemplo, se utilizan sólo para ostentar los medios del que uno dispone. Las marcas de lujo sólo son marcas de lujo, no garantías elegancia.

Todo cuanto revela ahorro resulta inelegante. Sin embargo, tampoco hay que caer en el exceso opuesto y estar pendientes de los gastos. El ahorro es el medio para llegar a la elegancia – sobre todo, sería oportuno añadir, si no se dispone de recursos infinitos – pero nunca se tiene que notar.

Quien no venga a menudo a París no será nunca por completo elegante. Tanto entonces como ahora, París es la capital de la moda y de la elegancia. Si aprender a ser elegante implica cierto esfuerzo, un paseo por la capital francesa no sólo es una justa recompensa sino la ocasión para meter a prueba los conocimientos recién aprendidos en materia de elegancia.

Ir más allá de la moda supone convertirse en una caricatura. Haber invertido en vestidos y accesorios costosos no justifica exponerlos todos y todos a la vez como si fueran decoraciones de un árbol de Navidad. Se trata, parafraseando a Lord Brummel – que fue fuente de inspiración para todos los aspirantes elegantes de la Inglaterra de la Regencia – no de llamar la atención, sino al contrario de pasar "notoriamente desapercibidos".

Todo lo que una indumentaria trata de ocultar, disimular, aumentar y agrandar más de lo que la naturaleza o la moda ordena o quiera, siempre quedará como algo vicioso. ¡Qué vivan las arrugas, los kilos de más y las curvas naturales! Para salir a la calle no hace falta borrar, solucionar u ocultar las imperfecciones. El hombre o la mujer perfectos, dice Balzac, son los seres más inútiles del mundo. Al fin y el cabo, la elegancia es cuestión de sentirse cómodo con lo que uno es.

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