Libros de autoayuda, o de divulgación, centenares de libros nos venden felicidad al peso. No son una panacea ni reemplazan el implacable aumento de usuarios de psicoterapias ni terapias alternativas, pero allí están, siempre bien dispuestos a atrapar al lector ávido de consejos y fórmulas para empezar el día con mejor pie, elevar la autoestima, defenderse de los agresores (o convertirse en uno), tener más éxito en los negocios, llevarse bien con su mujer o con el marido, entablar amistades, o alcanzar la fama fácilmente sin despeñarse en el camino. Muchos no son más que reediciones modificadas de otros muchos. Los obstáculos positivos que se oponen al aumento de la población son muy diversos, y comprenden todo aquello que contribuye en mayor o menor grado a acortar la duración natural de la vida humana, ya provenga del vicio, ya de la miseria. En este grupo habrá, pues, que incluir las ocupaciones malsanas, el trabajo excesivamente fatigoso y la exposición a las inclemencias del tiempo, la pobreza extrema, la mala crianza de los hijos, la vida de las grandes ciudades, los excesos de toda clase, toda la gama de enfermedades comunes y las epidemias, las guerras, las pestes y las hambres. "Un mundo feliz", escrito en 1932, describe una democracia que es, al mismo tiempo, una dictadura perfecta; una cárcel sin muros en la cual los prisioneros no soñarían con evadirse. Un sistema de esclavitud donde, gracias al sistema de consumo y el entretenimiento, los esclavos amarían su servidumbre. Para el logro de este objetivo, Aldous Huxley imagina una sociedad que utiliza todos los medios de la ciencia y la técnica - incluidas las drogas - para el condicionamiento y el control de los individuos. En ese mundo, todos los niños son concebidos en probetas y están genéticamente condicionados para pertenecer a una de las 5 categorías de población. De la más inteligente a la más estúpida: los Alpha (la elite), los Betas (los ejecutantes), los Gammas (los empleados subalternos), los Deltas y los Epsilones (destinados a trabajos arduos). Todos son felices, porque su estilo de vida es totalmente acorde con sus necesidades e intereses. Los descontentos con el sistema (los menos) son apartados de la sociedad ideal y confinados en colonias especiales donde se rodean de otras personas con similares "desviaciones", alcanzando también la felicidad. La mayor parte de los críticos, incluido el propio Huxley, ha comparado esta novela con 1984, de Orwell. Ambas obras constituyen un ejercicio de proyección futurística. La diferencia, sin embargo, está en lo referente a los modelos de control: el mundo de Orwell está basado en la fuerza y la coerción y el de Huxley en el ocio y la diversión. Mientras Orwell hace una proyección del comunismo soviético de su época, Huxley proyecta hasta sus últimas consecuencias la sociedad liberalcapitalista en la que le tocó vivir. El viaje a la felicidad, Punset y Kierkegaard En su El viaje a la felicidad, Eduard Punset elabora una fórmula de la felicidad que conjuga los factores significativos en la consecución de la felicidad con los factores reductores del bienestar y la carga heredada de la que es preciso desprenderse. De ahí arranca el problema de la búsqueda de la felicidad supeditada a la genética y a las emociones programadas vulnerables. No es la única instancia en la que el trabajo de la evolución habría culminado de otra manera si, en lugar del resultado de la convergencia evolutiva, se hubiera podido ingeniar de nuevo. Kierkegaard por su parte, decía que la puerta de la felicidad se abre hacia dentro. Hay que retirarse un poco para abrirla: si uno la empuja, la cierra cada vez más. El Dalai Lama, El arte de la felicidad Para el Dalai Lama, figura máxima del budismo tibetano, actualmente en el exilio, la felicidad, es el estado tan deseado por todos los hombres y sin embargo generalmente desconocido; ese estado de gracia que manifiesta con humildad, compasión, altruismo y bondad, expresa la intención de señalar el camino para alcanzar la felicidad. Este líder espiritual de los tibetanos, cree que básicamente todos los hombres son buenos por naturaleza y que pueden ser felices aumentando su autoestima y ayudando a sus semejantes. Hannah Arendt Para esta autora, discípula de Jaspers y Heidegger, los seres humanos solo pueden ser felices y libres actuando en algo público, y nunca privado (tal y como plasmaron los grandes autores clásicos). Aunque para la felicidad sea fundamental lo privado, uno no se puede realizar sin lo público, sin compartir. El individuo ha de sentirse parte del Estado, y para ello hacen falta instituciones libres. Al contrario como piensan algunos, que dicen que el Estado está para garantizar la libertad dentro de la esfera privada, parece más sensato creer que el Estado tiene como función garantizar la libertad pública. El no-ser parte de la pesadilla en la que este no es compatible con el mundo exterior y su negativa ante el objeto por lo que de antemano la idea de bien se anula, allí aparece la imagen del diablo, no como el supremo dios de la maldad sino como un arquetipo del no-ser, de la negativa entregada hacia el universo presente.
Sócrates, Platón y Aristóteles
La felicidad para Sócrates surge cuando podemos realizar la virtud, la justicia, y para alcanzarla necesitamos conocerla.
Platón, al igual que Sócrates, hace frente al relativismo moral sofista: afirma que la justicia sí puede ser definida pues existe por sí misma al ser una idea más. Para Platón la justicia consiste en el perfecto ordenamiento de las 3 almas, es decir, cuando cada una desarrolla las virtudes que le son propias:
- el alma racional, la prudencia
- el alma concupiscible, la templanza
- el alma irascible, la fortaleza
Cuando esto ocurre, se llega a la felicidad a través de la virtud. En cuanto a una posible finalidad del Estado, para Platón ésta consiste en educar a los ciudadanos en la justicia y la virtud, con lo que conseguirán la felicidad.
Las ideas de Aristóteles sobre la felicidad parten de la afirmación de que ésta constituye el fin de todo ser humano.
Pero, ¿qué es la felicidad? Podemos encontrar 2 respuestas distintas:
- Lo que cada uno considera individualmente.
- Es igual para todos los seres humanos.
Aristóteles, al igual que Platón, se define por ésta segunda opción, identificando la felicidad con la virtud. La concretó como la realización de las actividades que le son propias o específicas a cada ser, de acuerdo con su naturaleza. Aparece pues aquí la teleología inmanente, pues si la felicidad es propia de la naturaleza de cada uno, ésta se ha de buscar en sí mismo, en lo que lo distingue de los demás.
En el caso del ser humano, como la actividad específica del hombre es el pensamiento, la plenitud y la felicidad aparecerá cuando se dedique a la actividad contemplativa. Todos los seres humanos tienen la misma naturaleza, de ahí se deduce que la felicidad sea la misma para todos los hombres.
Sin embargo, Aristóteles se da cuenta que el hombre no es sólo razón, y que por tanto la felicidad humana es limitada. Esto quiere decir que necesita tener cubierta previamente unas determinadas necesidades: tanto bienes corporales, como externos -dinero, ...- o virtudes morales.
Hume y el utilitarismo
Hume, junto con los demás miembros de la ilustración escocesa, fue probablemente el primero en proponer que la razón de los principios morales puede buscarse en la utilidad que tratan de promover. El papel de Hume, sin embargo, no debe sobreestimarse; fue Francis Hutcheson el que acuñó el lema del utilitarismo: «la mayor felicidad para el mayor número». Pero fue tras leer el Tratado de Hume cuando Jeremy Bentham sintió por primera vez la fuerza del sistema utilitario. Sin embargo, el proto-utilitarmismo de Hume es peculiar. No cree que la adición de unidades de utilidad proporcione la forma de llegar a la verdad moral. Al contrario, Hume era un sentimentalista moral y, como tal, pensaba que los principios morales no podían justificarse intelectualmente. Algunos principios simplemente nos parecen mejores que otros; y la razón de por qué los principios utilitarios nos parecen mejores es porque favorecen nuestros intereses y los de nuestros coetáneos, con los que simpatizamos. Los seres humanos están fuertemente predispuestos a aprobar normas que promuevan la utilidad pública de la sociedad.
La ética
La ética es una rama de la filosofía que abarca el estudio de la moral, la virtud, el deber, la felicidad y el buen vivir.
La palabra ética proviene del latín ethĭcus, y este del griego ἠθικός, o transcrito a nuestro alfabeto, "êthos". Es preciso diferenciar al "êthos", que significa "carácter" del "ethos", que significa "costumbre", pues "ética" se sigue de aquel sentido, y no es éste[2] Desconocer tal diferencia deriva en la confusión de "ética" y "moral", pues esta última nace de la voz latina "mos", que significa costumbre, es decir, lo mismo que "ethos". Si bien algunos sostienen la equivalencia de ambas doctrinas en lo que a su objeto respecta, es crucial saber que se fundamentan en conceptos bien distintos.
La felicidad paradójica, Malthus, Huxley y Orwell
En su último libro publicado en España, La felicidad paradójica, ensayo sobre la sociedad de hiperconsumo (Anagrama), el filósofo francés Gilles Lipovetsky da otra vuelta de tuerca al análisis del consumo de masas y reinterpreta las múltiples mutaciones y contradicciones de las «sociedades del bienestar», en cuyo centro hiperactivo y acelerado se debaten, entre la depresión y la euforia, los nuevos turboconsumidores.
Desde el punto de vista de Malthus, cuando en todas la clases de la sociedad predomina la corrupción, en lo que respecta al sexo, sus efectos tienen que envenenar las fuentes de ls felicidad doméstica, debilitar los lazos conyugales y fraternales y disminuir los esfuerzos unidos y el celo de los padres en el cuidado y educación de sus hijos, efectos que no pueden tener lugar sin que se produzca una disminución general de la felicidad y la virtud, sobre todo si se tiene en cuenta que la necesidad de recurrir al engaño y a las intrigas, y de ocultar sus consecuencias, conduce necesariamente a otros vicios.
Para transitar esta senda propone el arte de la reflexión para evitar dejarse llevar por los apasionamientos y el odio, adoptando una actitud de comprensión del otro y aceptación del sufrimiento como parte de la vida.
Tal como decía Aristóteles, “el hombre es un ser político porque está dotado de lenguaje”. La palabra sólo tiene sentido cuando se usa para ser comunicada, para ser escuchada por otros y entendida. El diálogo es una actividad pública, y es por esto que los seres humanos solo somos felices cuando nos comunicamos, cuando nos damos a conocer, cuando puede exhibirse, cuando alguien se fija en él, cuando demostramos al mundo que existimos. Es la felicidad, a lo que todo ser humano tiende a buscar; como diría Hanna Arendt, “es el impulso que gobierna a todos los seres humanos”. Y solo, cuando alguien participa en algo que es común se consigue, solo cuando hay interacción. Y la política presupone la interacción.
Adiós a la felicidad, Cioran
Cioran es el filósofo antiexistencialista por antonomasia. El ser ya no es la esencia de la existencia sino el no-ser. Cioran representa la muerte del existencialismo, es el cadáver del siglo XX y el feto del siglo XXI.
El autor se opone a la búsqueda de la felicidad como se ha planteado a través de filosofías orientales y propone disfrutar de la desdicha a través de un moderno epicureísmo.
10 jun 2010
Libros que venden felicidad
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