5 feb 2010

La saga de los Leakey

Durante 90 años y tres generaciones, la familia Leakey ha protagonizado, entre adulterios, peleas y extravagancias, algunos de los mayores descubrimientos antropológicos de la Historia. Ellos fijaron la cuna de la Humanidad en África. «Ser un Leakey es un reto», dice la actual matriarca.

Por Víctor Rodríguez El Mundo

Tenía 13 años y hacía lo que hacen los niños de 13 años: cazar con miembros de la tribu kikuyu, aprender su lengua, montar su propio museo de historia natural... Aspiraba a ser misionero, como sus padres, un matrimonio anglicano que se había establecido en Nairobi (Kenia). Pero ese día Louis Leakey encontró lo que parecía una herramienta de hacía miles de años. Se la llevó a un amigo de la familia, Arthur Loveridge, conservador del Museo de Historia Natural de Nairobi, quien le confirmó que era un resto prehistórico. No era un hallazgo trascendental, pero el efecto que tuvo en el chaval fue tan deslumbrante que cambió para siempre la historia de la antropología. Desde aquel día de 1916, el nombre de algún Leakey ha estado detrás de algunos de los hallazgos más importantes para entender la evolución humana.

Durante 90 años y tres generaciones, y a pesar de enredos amorosos, desencuentros y sonadas peleas públicas, los Leakey han excavado unidos la garganta de Olduvai (Tanzania) y las inmediaciones del lago Turkana (Kenia). Ahora, la Sociedad Geográfica Española (SGE) ha querido reconocer la labor de toda la familia concediéndoles su premio anual.

«Ser un Leakey es un desafío», asegura Meave Leakey, 66 años, nuera de Louis, descubridora de especies como el Australopithecus anamensis y el Kenyanthropus platyops, y la mujer que pasado mañana recogerá el premio de la SGE en nombre de la saga. «Recién terminada la universidad, solicité plaza en un centro de investigación con primates impulsado por Louis Leakey. Me entrevisté con él y me pareció un hombre especial: su energía, su entusiasmo, la cantidad de cosas que le interesaban...».

Tiempo después, en Kenia, Meave tendría la ocasión de conocer a los demás Leakey y quedar igualmente impresionada, particularmente por Richard, hijo de Louis con quien terminaría casándose en 1970. Pero no adelantemos acontecimientos...

La descripción que Meave Leakey hace de su suegro no falta a la verdad, aunque en la figura del patriarca también hay alguna sombra. Si consideramos que su «energía» y su «entusiasmo» pudieron llevarle a anunciar ciertos hallazgos precipitadamente, y que entre «la cantidad de cosas que le interesaban», junto a fósiles, primates y la teoría de la evolución, figuraban también las jovencitas de buen ver, el retrato resultaría bastante más completo.

Nada de eso, sin embargo, empaña un hecho incontrovertible. Louis Leakey ha sido el paleontólogo que más ha hecho por situar África como cuna de la Humanidad. Hoy es una verdad incuestionablemente asumida, pero cuando en los años 20 del siglo pasado Leakey empezó a remover la tierra africana, la creencia más difundida era que el hombre venía de Asia.

Ya desde que llegó a Cambridge desde Kenia, con apenas 20 años, el joven Leakey empezó a difundir su hipótesis. Se licenció en Antropología y Arqueología en 1925, participó en expediciones, publicó sus primeros libros, impartió sus primeras conferencias... Su estrella era irresistiblemente ascendente. Hasta el incidente Boswell.

En 1932 Leakey había encontrado varios cráneos y una mandíbula en las zonas de Kanam y Kanjera, en Kenia. Las dataciones le permitieron asegurar que eran los restos del antecesor del hombre más antiguo encontrado hasta la fecha. Para acreditarlo, invitó al geólogo Percy Boswell a que estudiase el yacimiento. Pero, cuando llegaron, las marcas de hierro con que había señalizado el lugar habían desaparecido. Cuenta la leyenda que se las habían llevado los nativos para fabricar flechas.

Durante un mes, Leakey y Boswell estuvieron buscando restos sin ningún resultado. A su regreso a Inglaterra, Boswell escribió un demoledor artículo sobre la falta de rigor de los métodos de Leakey que le perseguiría hasta el final de sus días.

Su reputación quedó también lastrada por otro episodio, éste extracientífico. En 1933, Leakey abandonó a su esposa, Frida, por la mujer, 10 años más joven, que había ilustrado uno de sus libros. Con Frida había tenido una hija y esperaba otro. Y aunque en el mundo académico de entreguerras tener una querida era aceptable, dejar a la propia con una hija y embarazada del segundo, no lo era tanto.

A pesar del ostracismo que le acarreó, la decisión se acabó revelando un fenomenal golpe de suerte. Mary Nicol –desde 1936, cuando Louis obtuvo el divorcio de Frida, Mary Leakey– compartía la pasión por la arqueología. No había ido a la universidad –de hecho, se vanagloriaba de no haber aprobado ni una asignatura en el bachillerato–, pero era rigurosamente escrupulosa en sus procedimientos. El complemento perfecto para el arrebatado Louis.

«Una de las razones de que el trabajo de los Leakey haya sido tan estudiado, además de su valor, es que Mary llevaba un registro de las excavaciones muy exacto, algo poco habitual», explica Manuel Domínguez-Rodrigo, profesor de Prehistoria de la Universidad Complutense que ha trabajado en Olduvai y tratado a miembros de la saga.

EL CRÁNEO DEL «CASCANUECES». En los años 40 y 50, el matrimonio fue realizando notables descubrimientos en Olduvai según nacían sus hijos Jonathan (1940), Deborah (1942, fallecida a los tres meses), Richard (1944) y Philip (1949). Hasta que un día de 1959, Mary encontró un robusto cráneo con enormes dientes. «Lo bautizaron Zijnanthropus boisei en honor del mecenas suizo que financiaba su trabajo [Zijn] y de una tribu keniata [boisei], pero entre ellos lo llamaban Cascanueces por la fuerza de sus mandíbulas», cuenta Jordi Serrallonga, profesor de la Universidad de Barcelona y miembro de la SGE. Se estimó que tenía 1,75 millones de años. E inicialmente pensaron que había sido el autor de las herramientas que habían hallado en las inmediaciones.

Era un descubrimiento extraordinario. Posteriormente, Mary y su hijo Jonathan dieron con restos de otro homínido más cercano en el tiempo, el Homo habilis, que más plausiblemente habría sido el autor de esas herramientas. Pero, en 1959, el hallazgo del Zijnanthropus atrajo la atención del mundo antropológico y de los mecenas. Hasta ese momento, los Leakey habían trabajado con presupuestos exiguos, pero desde ese año la National Geographic Society, editora de la prestigiosa revista, financió casi todas sus investigaciones.

Louis y Mary empezaron a distanciarse a partir de entonces. Mientras ella profundizaba en su misantropía y disfrutaba cada vez más de la soledad del trabajo de campo, apenas acompañada de sus cinco dálmatas y los puros que fumaba uno tras otro, él viajaba por el mundo conferenciando, recaudando fondos y reclutando jóvenes colaboradoras. Murió en 1972, cuatro años antes del considerado mayor descubrimiento de Mary Leakey: las huellas de Laetoli, unos rastros fosilizados que prueban que hace tres millones de años nuestros ancestros ya caminaban sobre dos piernas.

Mary falleció en 1996, pero desde mucho antes los Leakey ya tenían sucesor. Su hijo mayor, Jonathan, ya había asumido responsabilidades en las excavaciones familiares antes de cumplir 20 años, pero el llamado a continuar el reinado era el segundo, Richard. Y eso que trató de escapar a su destino organizando safaris. Fue inútil: a los 18 años estaba hasta el cuello en la paleontología.

Tras discutir en público con su padre por la gestión de los museos nacionales de Kenia, Richard tuvo su gran momento en 1967. Viajaba en avión de Etiopía a Kenia cuando el piloto informó de que se iban a desviar para esquivar una tormenta. El avión pasó así muy cerca del lago Turkana. Desde el aire, Richard creyó identificar una interesante zona fosilífera.

Cuando, tiempo después, organizó una expedición allí, dio con Koobi Fora, una zona keniata espectacularmente rica en fósiles. De allí, el equipo de Richard Leakey ha extraído, entre otros restos valiosísimos, el esqueleto del niño de Turkana, un Homo erectus –Homo ergaster para otros– de 1,6 millones de años.

Fue un extraordinario go522220lpe de lo que algunos llaman «la suerte de los Leakey» (en inglés, Leakey’s luck). No era la primera vez ni sería la última. Las huellas de Laetoli, por ejemplo, se hallaron por accidente cuando miembros del equipo jugaban a tirarse excrementos secos de elefante. La expresión se ha utulizado peyorativamente. «La suerte de los Leakey es una persistencia dogmática en seguir buscando cuando parece imposible que vaya a aparecer nada», se defiende Meave Leakey. «Hay que elegir el lugar correcto, pero también hace falta paciencia y un equipo que no ceje en la búsqueda pese al calor, el polvo o el viento. Y algo de suerte, claro».

Richard Leakey no tardaría en convertirse en una eminencia, a pesar de que, como su madre, no había ido a la universidad. Apasionado y temperamental, igual que su padre, mantuvo un encarnizado enfrentamiento con el norteamericano Donald Johanson. La suya fue la primera gran pelea científica retransmitida por televisión.

Abandonados los yacimientos, algo que aún no ha hecho su esposa, Meave, Richard se convirtió en adalid del conservacionismo. Hoy es su hija Louise, nacida en el mismo 1972 en que murió Louis Leaky, la que defiende el honor de la dinastía en tierras africanas junto a Maeve. Madre e hija descubrieron en 1999 el Kenyanthropus platyops, un homínido de 3,5 millones de años. La heredera de los Leakey puede presumir, además, de ser la arqueóloga más joven del mundo en hallar un fósil de homínido. Tenía 6 años cuando encontró el diente de un primate.

Aunque tal vez su hija Seiya le quite el récord. Con 4 años, ya sabe lo que es un campamento arqueológico. Su padre, el primatólogo belga Emmanuel de Merode, no lleva el apellido, pero es un más que digno Leakey: hace unos años, Louise y él volaron de Francia a Kenia en una avioneta construida con el motor de un coche.

Aterrizaron sanos y salvos. La suerte de los Leakey, ya se sabe.





Los 'ángeles' de Leakey


Convencido de que conocer la conducta de los simios ayudaría a explicar nuestros orígenes, Louis Leakey (1903-1972) fue uno de los grandes impulsores de los estudios de primatología. Ya le rondaba la idea cuando, en 1957, conoció a Jane Goodall. A sus 23 años, la joven inglesa no tenía formación alguna, pero era mujer, por lo que, según Leakey, tendría un carácter más empático, y llegaba sin los sesgos del mundo académico. Es fácil imaginar que en el ánimo del antropólogo, con un probado talento para reconocer la belleza y la inteligencia femeninas, pudieron pesar también otros argumentos, pero el tiempo y los logros de Goodall con los chimpancés han acabado demostrando su idoneidad para la misión. En 1966 se repitió la historia con Dian Fossey, a la que Leakey envió a observar a los gorilas. Tres años más tarde, Leakey fue abordado por una decidida estudiante después de una conferencia. Se llamaba Biruté Galdikas y quería estudiar a los orangutanes. A Leakey le sedujo la idea y en un par de años Galdikas estaba en Borneo. Ella acuñó la expresión “los ángeles de Leakey”, en referencia a las detectives televisivas de Los ángeles de Charlie. A punto estuvo de haber un cuarto ángel (y no nos referimos a Carmen Martínez Bordiú al hilo de su reciente portada entre gorilas en ¡Hola!). Toni Jackman pretendía hacer lo mismo con los bonobos, pero Leakey murió antes de que se sustanciara el proyecto.

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2 comentarios:

  1. Me interesaría mucho saber de los otros miembros de la familia. Que hacen, en que trabajan,etc y tambien que es ahora de Olduvay, pues hace unos años estuve allí y me pareció que no se trabaja más, aunque he oido que posteriormente un equipo español de paleontólogos han conseguido seguir investigando por aquellos lugares.

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  2. Puedo decirte que Lousie Leakey se casó, dos veces. Del primer matrimonio tuvo un hijo que es un gran agrónomo, que vivió en Ugnada, y parte de cuya descendencia conozco personalmente, incluido él y su encantadora esposa (ambos encantadores).
    De Olduvai no tengo noticias...

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