La leche y la piel han ido siempre de la mano a lo largo de la historia. Como muestra, los famosos baños de leche de burra de Cleopatra que según cuenta la historia le ayudaban a mantener su piel joven y tersa.
En la actualidad, los principios activos de la leche los podemos encontrar en jabones, geles y cremas ya que ayuda a suavizar e hidratar la piel y estimula la producción de colágeno.
Pero no sólo ayudamos a nuestra piel utilizando productos que tengán leche como uno de sus principios activos.
Ingiriéndola también estamos ayudando a nuestra piel, ya que contiene:
- Vitamina A: que ayuda a mantener nuestra piel tersa y nutrida,
- Aminoácidos esenciales: para una buena salud tanto de las uñas como del cabello.
- Ácido láctico: un elemento básico para la hidratación de la piel ya que ayuda a retener la humedad de la piel y a suavizarla. Puede ser utilizado de manera particular como exfoliante, pero debemos tener cuidado de no utilizarlo durante el verano, ya que el ácido láctico baja las defensas de la piel ante los rayos UV.
También es un buen remedio para aplicar como desmaquillante, o sobre pieles quemadas o irritadas o para fortalecer las uñas metiendo las manos en un cuenco con leche y frotándolas luego con unas gotas de limón.
Las leches más ricas en estos elementos son las de vaca y las de cabra.
El consumo de leche de burra hoy día ha caído en desuso en beneficio de la vaca (una buena vaca produce hasta 30 l. de leche y una burra solo 1,5 l.) pero sus fantásticas propiedades fueron conocidas desde siempre
Ya los griegos la consideraban como un remedio excelente y así la recomendaba Hipócrates que la recetaba para todo mal: envenenamiento, dolores articulares, cicatrizaciones ..
Los romanos siguieron su uso en la medicina
Pero fue a finales de 1.900 cuando se pudo de moda en Paris, y se consideraba "chic y elegante" entre la alta sociedad acudir a las 'lecherías de burra' que se hallaban en las ciudades, para tomar un vaso de esta leche tan apreciada y por la que se pagaban entonces la astronómica cifra de 8 francos de la época.
La leche mas parecida a la de mujer es la leche de burra, por eso fue utilizada una vez pasada la moda como alimento infantil en los orfanatos, alguno de los cuales llego a tener hasta 300 animales para el ordeño
Contrariamente a la vaca, si a la burra se le retira su pollino, deja de dar leche, por lo tanto debe alternarse alimentación del pollino y ordeño hasta que destete a los 6 meses aprox. de lo que se deduce que su producción además de corta esta muy limitada .
Además las burras no dan leche en total rendimiento hasta el cuarto año aunque luego la dan siempre con la misma calidad incluso aunque sean animales muy viejos .
Uno de los mas celebres consumidores de leche fue el rey Francisco I, que agotado por sus orgías y sus guerras mandó llevar a la corte a un médico judío de Constantinopla, que le recetó únicamente como remedio a sus males leche de burra
Su recuperación fue tan rápida que todos los cortesanos comenzaron a imitar rápidamente a su rey .
Pero también cuando, después de las victorias de Brihuega y Villa viciosa en la guerra de Sucesión, Felipe V consigue entrar en Zaragoza el 4 de enero de 1711, allí los médicos de esta ciudad prometen la mejoría de la reina María Luisa Gabriela de Saboya en contra de la opinión de sus dos médicos franceses que la habían desahuciado con el diagnóstico de «fiebres éticas» o tuberculosis como se diría ahora. Esos médicos zaragozanos le mandan tomar leche de burra y quinina.
Pasados unos días, doña María Ana de la Tremoille, princesa de los Ursinos y del Sacro Imperio, como Camarera Mayor de la Reina que era, penetró en el dormitorio de ésta, encontrándola paseando por la habitación lejos de estar postrada en su lecho como de costumbre lo cual fue el asombro de toda la corte por recuperación tan espectacular.
Pero a pesar de sus grandes beneficios como alimento la leche de burra es popularmente mas conocida por su uso como cosmético y como producto de belleza entre la nobleza.
Se ha encargado la Historia de recordarnos que Cleopatra había escrito un tratado de belleza, desgraciadamente perdido, pero del que se conocen fragmentos citados por Galeno, Aecio y Pablo de Egina. De todos modos sabemos que entre sus recomendaciones figuraba el bañarse en leche de burra mezclada con miel, y para disimular las arrugas de sus ojos usaba una crema a base de pulpa de albaricoque. Se sabe que se pintaba los párpados de color verde, que usaba pestañas postizas; los labios se los pintaba de carmín, y en azul las venas de su frente y de sus manos. Pero también las romanas, entre ellas Popea (esposa de Nerón) se daban baños con esta leche pues conocían muy bien sus propiedades maravillosas para la piel como 'tensador', y regenerador, retrasando el envejecimiento y regenerando el cutis.
En el caso de Popea en sus desplazamientos con la corte llevaba con ella su rebaño de 500 burras necesarias para sus 'baños cosméticos'.
Aunque hoy día es difícil hallar a la venta esta leche salvo en algunos puntos de París donde se puede comprar fresca y pasteurizada, pero sí que se vende en España en forma de jabón fabricado con leche de burra con idénticos fines cosméticos aunque su localización es bastante difícil, pero se puede hallar en dos fabricantes artesanales de Francia y uno de España .
Una zona donde se consume todavía popularmente es en Santiago de Chile, donde perviven asnerías de leche, aunque muy decrecidas en numero de burras.
El precio es razonable.
La leche de burra ha sido históricamente una de las más apreciadas. Además de sus propiedades cosméticas tiene otra serie de ventajas.
Propiedades de la leche de burra
Ya hemos citado algunas.
- A nivel externo se ha aprovechado en forma de jabón ya que es muy eficaz en pieles secas, sensibles, con tendencia a una pobre cicatrización, con tendencias alérgicas, con arrugas, envejecidas y en especial cuando buscamos un efecto regenerador y antioxidante de la piel.
- Su riqueza en nutrientes y su gran digestibilidad la han hecho siempre ideal en casos de agotamiento, debilidad, desnutrición y postoperatorios.
- Puede mejorar el sistema inmunológico ya que contiene Inmunoglobulina y Lizozima (solos e pueden encontrar en la leche materna).
- Su riqueza en oligosacáridos la hacen muy recomendable para la tendencia al estreñimiento, alergias, desequilibrios en la flora intestinal.
- Tiene una gran digestibilidad ya que es baja en grasas y en caseína.
Información nutricional de la leche de burra (por 100 ml.)
Su riqueza en ácidos grasos y vitaminas (A, B1, B2, B6, C, D y E) es responsable de sus propiedades dermatológicas. En concreto su gran aporte de Retinol o vitamina A (antioxidante) es la responsable principal de capacidad regeneradora de la piel.
- 1,20 % de grasas.
- 1, 75 % de proteínas.
- 195 calorías.
- 650 mg de calcio.
- 37 mg de magnesio.
- 460 mg de potasio.
- 450 mg de fósforo.
La leche de burra ha sido durante muchos siglos muy apreciada por sus propiedades. En París era una bebida de lujo muy apreciada por la aristocracia. Habían lecherías y estaba de moda ir a tomar un vaso para tener un buen cutis y una buena salud. Los hospitales y orfanatos tenían sus propias caballerías para alimentar a los niños y personas desnutridas.
La leche de vaca se acabaría imponiendo ya que puede producir más de 20 litros al día frente al litro 1 litro y medio de la burra. Además la burra solo produce leche mientras mama su cría (hasta los seis meses) mientras que la vaca produce siempre leche mientras la ordeñes. Las burras además no producen leche hasta los cuatro años aunque, eso si, continúan produciendo leche hasta edad muy avanzada.
En el sigo XIX y a principios del sigo XX, muchas personas usaban la leche de burra como un remedio natural. Durante esos años, había muchas lecherías que dispensaban exclusivamente la leche de burra, donde las mujeres de la nobleza la compraban.
Durante los primeros veinte años del siglo XX, numerosos rebaños pequeños de burras recorrían también la capital. La leche de burra se vendía en la puerta de las casas como remedio “para afirmar el estómago” de la gente con diarrea. Los primeros hospitales infantiles, que datan de aquella época, poseían entre sus instalaciones un establo, en que tenían vacas y burras para proveer de alimentación a los niños enfermos.
Y la última noticia, año 2005: María Esther Heredia Capovilla, una guayaquileña de 116 años, considerada por el Libro de Récords Guinness como la mujer más longeva del mundo, agradece su edad a la leche de burra y al vino.
La higiene y la perfumería en la Historia
Si la historia de la leche de burra nos sorprende, hay que saber que los romanos se lavaban los dientes con orines. Los más apreciados de todos eran los españoles. Realmente asusta pensar en el camino que tenían que recorrer las micciones de nuestros antepasados para llegar a su destino. Guardar primero el ambarino líquido hasta la llegada del comerciante que lo compraba, envasarlo luego en ánforas que eran debidamente precintadas y, embarcarlas luego en navíos de cabotaje que tardaban uno o dos meses hasta llegar a Roma. Supongo que allí se deberían mezclar con algún perfume o algo que atemperase la peste que se puede suponer que exhalaba tal dentífrico.
Desde los tiempos más remotos de la historia hombres y mujeres, especialmente las últimas, han sentido la preocupación de hermosear su rostro y su cuerpo. Las hetairas griegas pasaban la noche con el rostro cubierto con una máscara de albayalde y miel. Al levantarse se lavaban la cara con agua fría y volvían a embadurnarse la faz con otra capa de albayalde muy diluido, lo que daba a la cara una blancura que hoy consideraríamos propia de un payaso. Con un pincel se aplicaban sobre las mejillas el rojo producto de una flor espinosa de Egipto, muy cara y que se aplicaba diluido en vinagre. Se terminaba el maquillaje con toques de carmín en los labios y en los pezones. No bastaba con ello, pues una mujer, para ser interesante y especialmente las cortesanas, tenían que ser rubias, lo que conseguían con zumo de azafrán o, más simplemente, con una peluca que llamaban color de trigo.
La cosmética en Roma era una industria floreciente, y así como ahora todos los productos de belleza pretenden venir de París, entonces se decía que llegaban de Grecia. No se olvide que la palabra cosmética es de origen griego y los cosmetas o perfumistas anunciaban sus productos en griego. La lanolina, tan usada hoy en día para la perfumería y la cosmética, era conocida por las damas romanas. Se sacaba de la lana de las ovejas y se perfumaba fuertemente para evitar su olor original. Una esclava llenaba su boca de perfumes que espurreaba seguidamente sobre el rostro y el cuerpo de la dama a la que servía. Los poetas satíricos se burlan del abuso de colores de las mejillas de las mujeres y Petronio, describiendo alguna dama en su Satiricón, dice: «Sobre su frente bañada por el sudor fluía un torrente de aceites, y en las arrugas de sus mejillas había tal cantidad de yeso que se hubiese dicho que era una vieja pared decrépita surcada por la lluvia." Un detalle curioso es el que se consideraba hermoso que las cejas se juntasen sobre la nariz, para ello se usaba un compuesto de huevos de hormiga machacados con cadáveres de moscas.
El advenimiento del cristianismo trajo consigo la condena de todas las «artimañas del diablo" empleadas por las mujeres para seducir a los hombres. No se habla de las artimañas de los hombres para seducir a las mujeres. San Clemente de Alejandría autoriza los baños sin que se abuse de ellos, pero condena los establecimientos que de día y de noche se ocupan de masajear, untar y depilar y, cosa curiosa, pone como ejemplo a seguir el de la cortesana griega Friné. Un día que estaban reunidas varias damas atenienses se habló de la belleza de cada una de ellas, y Friné las desafió a que hiciesen lo que iba a hacer ella: lavárse la cara con agua fría, cosa que ninguna de las otras contertulias se atrevió a hacer. Tertuliano, san Jerónimo y san Cipriano hablan en contra de los ungüentos y los perfumes, pero la coquetería femenina ganó la batalla a los moralistas, como la ha ganado siempre, y así, por ejemplo, se puso de moda morder delicadamente una ramita de mirto con el fin de mostrar así una bella dentadura.
La Edad Media no fue una edad tan sucia como se cree. En muchos lugares de nuestro país existen bien conservados o en ruinas unos llamados «baños árabes" que muchas veces no eran tales sino judíos, pero que eran usados por los cristianos. Las condenas que se hacían del uso de tales establecimientos no se basaban tanto en un supuesto culto del cuerpo sino en su promiscuidad. Eran muchas veces centros de reunión y contratación de favores eróticos. En Alemania, según dicen sus cronistas, no era raro ver hombres y mujeres de diversa edad encaminándose medio desnudos a los baños comunales. Carlo Magno se bañaba cada día, y su corte lo imitaba. En España tal costumbre no fue muy extendida, pues la lucha contra el musulmán identificaba muchas veces los baños con las abluciones rituales prescritas por el Islam. En la primera serie de mis Historías de la Historía doy algunos datos sobre la lucha contra los baños que se produjo en la tardía Edad Media. Había un gran contraste entre las costumbres higiénicas de las cortes de león y Castilla, por ejemplo, y las de Córdoba y Granada, en donde el agua era casi objeto de veneración.
Pero mientras en el occidente europeo iba progresando lenta pero seguramente la suciedad, cosa muy distinta sucedía en el imperio bizantino.
La emperatriz Irene había sido proclamada basilisa gracias a un concurso de belleza; en efecto, se había buscado en todo el imperio las muchachas más bonitas para que una de ellas fuese elegida por el emperador como su esposa. Gan6 Irene, que casó con el emperador león IV, al que dio un hijo llamado Constantino, que por cierto tuvo un mal final porque, cuando murió su esposo, Irene quiso gobernar Bizancio en lugar de su hijo, a lo que éste se opuso, e Irene, que era muy hermosa pero muy bestia, destronó a su hijo y le hizo sacar los ojos. Pues bien, esta Irene para conservar su belleza y la blancura de su piel, se servía de un ungüento a base de pepino machacado y excrementos de estornino. Y es curioso señalar que contrariamente a los egipcios, que alargaban los ojos, a los bizantinos les gustaban los ojos redondos como los del mochuelo. Como una lágrima, una gota de carmín se pinta al lado del lagrimal y, por supuesto, se pinta de rojo los labios, las mejifias y los pezones de los pechos.
El botafumeiro
La traducción castellana de esta palabra sería la de "echahumos", y su origen se encuentra en la necesidad de purificar el ambiente del santuario producido por el hacinamiento de peregrinos. Estos, después de varios meses de caminata, llegaban sucios y malolientes a las vistas de Santiago en el lugar llamado Lavacolla. La palabra deriva del latín Zava, con el mismo significado que en castellano, y coleo, que significa testículo, lo que viene a decir que en aquel lugar se aseaban a fondo los peregrinos. A pesar de ello había algunos que no lo hacían, y por otra parte las ropas usadas todo el viaje no debían de oler precisamente a esencia de rosas.
Durante la Edad Media gozó de gran crédito la Escuela de Salerno, en donde se formaban médicos que hablan asistido a clases impartidas por maestros judíos, árabes y cristianos. Recuérdese que estaba prohibida la disección de cadáveres en cualquiera de las tres religiones y se consideraba que las vísceras del cerdo eran las que más se asemejaban a las del cuerpo humano. Un escritor llamado Juan de Milán compuso un libro de versos en latín para popularizar las fórmulas más importantes de la escuela salernitana. Mgunas son muy curiosas; así, por ejemplo, para conservar una tez fresca y lozana recomienda "tomar tres o cuatro puñados de flores de saúco, un cuarterón de jabón de Francia, tres hieles de buey y tres vasos de vuestra orina, haced que reposen tres o cuatro días en un recipiente de arcilla y lavaos la cara con dicho líquido". Se ve que las deyecciones tenían gran importancia en la medicina medieval, pues el propio Alberto el Grande en un curioso Tratado de las heces dice: "Como el hombre es la más noble de las criaturas, sus excrementos tienen también una propiedad particular y maravillosa", y en otro lugar explica: "Aunque naturalmente se siente repugnancia en beber la orina, no obstante cuando se bebe la de un hombre joven y de buena salud no hay remedio más soberano en el mundo."
Llenaría páginas y más páginas dando recetas en las que intervienen sustancias excrementicias, pero creo que con éstas hay más que suficiente.
En su Oriente originario los árabes habían adoptado de los bizantinos su gusto por los baños y los perfumes. Fueron ellos los que popularizaron en España, y en menor grado en Italia, la ciencia de la perfumería; no se olvide que fue un árabe, Albucaste, quien descubrió el alcohol a partir del vino, por lo que lo llamó espíritu de vino.
Las mujeres musulmanas pasan horas y horas en el harén maquillándose y depilándose cuidadosamente. Las cristianas son miradas con cierta aprensión porque no se depilan el pubis. Con henné se tiñen de rojo los dedos y las palmas de las manos, así como los talones y los dedos de los pies. Las dientes se los limpian con una mezcla de nácar, cáscaras pulverizadas de huevo y polvo de carbón.
No llega a tanto la ociosidad de la dama noble europea encerrada en su castillo. Pero de vez en cuando aparece un mercader de perfumes y le ofrece su mercancía. Una de las recetas milagrosas que se ofrecen es el llamado "licor de oro" preparado a partir de este metal Pero como es muy caro son más usados en su lugar perfumes que se encierran en unos recipientes en forma de manzana como se ve en algunas pinturas de la época. Incluso la Virgen viene representada con una de estas manzanas en sus manos.
Conservar la dentadura es cosa imposible. En Oriente se intentaban hacer dentaduras postizas a base de dientes humanos arrancados de los difuntos, pero en Occidente cuando los dientes caían no podían ser reemplazados por otros. Las sacamuelas iban de pueblo en pueblo arrancando las piezas dentarias que dolían hasta dejar vacías las encías. La operación se acompañaba con el redoble de uno o más tambores que intentaban acallar los ayes desgarradores del paciente. Y ello sin higiene alguna.
Es curioso que el Renacimiento, que marca el descubrimiento del hombre en la filosofía y en la religión, descuida con frecuencia el cuidado del cuerpo. Hay excepciones, como se puede ver en Los baños de Bade de Poggio Bracciolini.
En el siglo XVI aparece una palabra para designar los caballos que tienen un pelaje blanco sucio tirando a amarillento. Se los llama isabelos o isabelinos. El origen de la palabra es incierto. Se cuenta que la reina Isabel la Católica hizo en 1491 el voto d& no cambiarse de camisa hasta la conquista de Granada, que tuvo lugar el año siguiente. Es de suponer el color que tendría la tal camisa. Pero se me hace cuesta arriba creer en esta teoría por cuanto Isabel la Católica no tenía el defecto de ser sucia. Su confesor, fray Hernando de Talavera, le reprochaba a veces el excesivo cuidado que, según él, prestaba a su cuerpo. Otros autores aseguran que el origen de la palabra se debe a la infanta Isabel Clara Eugenia, quien según afirman hizo el voto de no cambiarse de camisa durante el sitio de Ostende... que duró tres años. Se comprende el color de la camisa de la infanta al cabo de este tiempo. Pero también aquí tropezamos con un inconveniente. Isabel Clara Eugenia había nacido en 1566 y murió en 1633, casó en 1599 y fue nombrada gobernadora de los Países Bajos en 1621, y durante este período tuvo lugar el citado sitio de Ostende. Ahora bien, la palabra francesa isabelle, referida a determinado pelaje de los caballos, aparece en 1595, es decir, antes de Ostende. ¿Cuál es pues el origen de la discutida palabra? Agunos filólogos dicen que deriva del árabe izah, que quiere decir león, lo cual explicaría que por similitud al pelaje de dicha fiera se diera el nombre de isabelo o isabelinos a los dichosos caballos.
Margarita de Navarra, en uno de sus Dídiogos amorosos, dice: "Ved estas bellas manos aunque no las haya lavado desde hace ocho días." Y Montaigne escribe: "Estimo que es saludable bañarse, y creo que algunos defectos de nuestra salud se deben por haber perdido la costumbre, generalmente observada en el pasado, de lavarse el cuerpo todos los días."
Con la desaparición de la higiene aumenta el uso de los perfumes, hasta el punto que las damas que no se bañan jamás acostumbran ponerse esponjas perfumadas entre los muslos y en las axilas "para no oler como carneros".
La sarna es corriente no sólo entre la gente del pueblo sino también entre la gente principal. Así, el custodio de Juana la loca escribe desde Tordesillas que las hijas de la reina "mejoran de su sarna".
Tanto Lucrecia Borgia como la célebre Vittoria Accoramboni, inmortalizada por Stendhal, cuidaban de sus espléndidas cabelleras lavándoselas por lo menos dos veces a la semana. Por cierto que aunque no tenga nada que ver con lo que se está tratando digamos que cuando murió Lucrecia Borgia, tan maltratada por la leyenda negra, se descubrió que llevaba un cilicio bajo sus vestidos.
Los perfumistas españoles e italianos son los que más éxito tienen a comienzos de la edad moderna. Es en Italia y España donde las mujeres se maquillan más y es Catalina de Médicis, italiana de nacimiento, la que introduce en Francia, además del tenedor, una serie de perfumes y productos de belleza que hacen furor en la alta sociedad francesa. Como no se lavaban, hombres y mujeres debían recurrir a los perfumes, cuanto más fuertes mejor, para ocultar su mal olor corporal.
Una de las fórmulas empleadas causó grandes destrolos en la cara de una de las damas de honor de la reina, y no era para menos, pues la fórmula era la siguiente: «Se toma plata y mercurio y se muelen en un mortero, se le añade albayalde y alumbre y se deslíe con saliva y se hace hervir con agua de lluvia; cuando la ebullición empieza se mezcla todo en un mortero." Se comprende que los resultados fuesen fatales. Una hija de Catalina de Médicis, la célebre reina Maegot, inmortalizada por Alejandro Dumas, coleccionaba amantes, a pesar de su obesidad, que la impedía pasar a través de algunas puertas. Aquejada de una precoz calvicie usaba pelucas y postizos, de los que llevaba siempre unos cuantos en el bolsillo por si acaso. Orgullosa de sus voluminosos pechos, un día recompensó con una bolsa de dinero a un carmelita que en un sermón los había comparado "a las tetas de la Virgen". Increible pero auténtico.
Una industria curiosa se desarrolló en aquel momento en un lugar de Francia que es todavía hoy en día el centro de la perfumería mundial... La moda obligaba a llevar guantes en cualquier momento y estos guantes debían ser perfumados. Un pueblecito del sur de Francia, Grasse, fabricaba guantes en grandes cantidades, y los guanteros se vieron obligados a perfumarlos, por lo que se dedicaron también a la producción de aceites olorosos, para lo cual cultivaron en sus tierras naranjos, lavanda, mimosa, jazmín y, sobre todo, rosas. Hoy en día Grasse cuenta con más de dos mil técnicos dedicados a la industria del perfume.
Enrique IV de Francia no se lavaba nunca y olía a macho cabrío. Su esposa estuvo a punto de desmayarse en la noche de bodas y algunas damas sufrieron vahídos al compartir su lecho. Era hombre muy mujeriego (ha pasado a la historia con el nombre de Vert Galant, epíteto que no necesita traducción), y es curioso constatar que algunas de sus amantes gustaban del olor del rey, lo que me recuerda aquella frase popular en el siglo pasado en ciertos ambientes que decía que "el hombre debía oler a aguardiente, sudor y tabaco".
Luis XIII, también de Francia, no era tampoco mucho más limpio. Se cuenta que un día, paseando con sus cortesanos, uno de ellos le quitó algo del cuello de su casaca.
-¿Qué hacéis?
-Señor, era un piojo.
-Señal de que soy hombre-, repuso el monarca.
Pocos días después otro cortesano, queriendo congraciarse con el rey, hizo el mismo gesto que el otro.
-¿Qué hacéis?
-Señor, era una pulga.
-¿Creéis acaso que soy un perro? -Y le volvió la espalda.
De todos modos Enrique IV se bañó por lo menos una vez. Fue en el Sena, en donde antes de hacerlo, y a la vista de todos, orinó abundantemente. Su hijo, el futuro Luis XIII, recelaba meterse en el agua, por lo que su padre dijo:
-Anda, báñate y no tengas miedo que más arriba del río otros se habrán meado antes que yo.
Los inestimables libros de José Deleito y Piñuela, referentes a la época de Felipe IV de España, nos dan interesantes datos sobre la higiene y la perfumería en tiempos de este rey. "En un tocador elegante no podían faltar agua de rosas y de azahar, jaboncillo de Venecia, aceite de estoraque, de benjuí, de violetas, de piñones y de altramuces; cañutillo de albayalde, solimán labrado para blanquear el cutis, tuétano de corzo, pastillas olorosas, y otros ingredientes guardados en salserillas."
Era del mejor tono la delgadez entre las damas elegantes, y aunque las españolas de la época eran generalmente flacas -según pregonan los lienzos en que los pintores las retrataron y las memorias de los viajeros a quienes llamó la atención este particular-, aún procuraban ellas, con artificios, reducir la natural redondez de las formas femeninas. "La carencia de pechos -escribe madame d'Aulnoy- es otra de las condiciones que aquí determinan una belleza femenil, y las mujeres cuidan mucho de que su cuerpo no tome formas abultadas. Cuando los pechos empiezan a desarrollarse, los cubren con delgadas laminillas de plomo, y se fajan, como se faja a los recién nacidos."
Lo mismo y en forma análoga comenta otro narrador coetáneo galo, señalando cl contraste de las cspañolas con las francesas y venecianas, que, al revés de aquéllas, procuraban abultar su seno.
"Pero lo más general en materia de aliños y afeites, eran los colores con que se embadurnaban las damas. Constituía un teñido casi general, pues se pintaban mejillas, barbilla, garganta, punta de las orejas, hombros, dedos y palmas de las manos, y lo hacían dos veces diarias, al levantarse y al acostarse. A veces, también se coloreaban los labios. Si no, se ponían en ellos cera."
En su Viaje en España, madame d'Aulnoy describe de visu cómo se maquillaba una dama de esta época: «Luego cogió un fraseo lleno de colorete, y con un pincel se lo puso no sólo en las mejillas, en la barba, en los labios, en las orejas y en la frente, sino también en las palmas de las manos y en los hombros. Díjome que así se pintaba todas las noches al acostarse y todas las mañanas al levantarse; que no le agradaba mucho acicalarse de tal modo, y que de buena gana dejaría de usar el colorete; pero que, siendo una costumbre tan admitida, no era posible prescindir, pareciendo, por muy buenos colores que se tuvieran, pálida como una enferma, cuando se compararan los naturales con los debidos á los afeites de otras damas. Una de sus doncellas la perfumó luego desde los pies a la cabeza con excelentes pastillas; otra la roció con agua de azahar, tomada sorbo a sorbo, y con los dientes cerrados, impelida en tenues gotas para refrescar el cuerpo de su señora. Díjome que nada estropeaba tanto los dientes como esta manera de rociar; pero que así el agua olía mucho mejor, lo cual dudo, y me parece muy desagradable que una vieja, como la que cumplía tal empleo, arroje a la cara de una dama el agua que tiene en la boca."
Luis XIV de Francia se bañaba únicamente cuando se lo prescribía el médico, ya que como preconizaba Teofrasto Renaudot, "el baño, a no ser que sea por razones médicas o de una absoluta necesidad, no sólo es superfluo sino perjudicial". El Rey Sol cada mañana se limpiaba la cara con un trozo de algodón impregnado de alcohol o bien con saliva, como los gatos. Bajo las aparatosas pelucas de los cortesanos pululaban los piojos, y datan de entonces estas manos de marfil que rematan un mango más o menos largo. Servían para rascarse la cabeza debajo de la peluca.
Pero es también por esta época cuando una monja vende a Jean-Marie Farina la receta de una agua perfumada que contiene alcohol. Se fabrica en Colonia y es conocida aún hoy en día con el nombre de agua de colonia.
Fuentes:
Carlos Fisas, en el libro "Historias de la Historia" quinta serie, de la editorial Planeta, escaneado por Martín A. Cagliani, para la Pagina del Conocimiento de Martín Cagliani.
sinectis.com.ar
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1 feb 2010
Leche de burra y otros secretos de belleza
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