10 feb 2010

Romance entre filósofos: Martin Heidegger y Hannah Arendt

Carta de Martin Heidegger a Hannah Arendt

¡Queridísima!

Gracias por tu carta. Si solamente pudiera decirte cómo soy feliz contigo- acompáñándote mientras tu vida y mundo se abren de nuevo. Y puedo ver apenas cuánto has entendido y cómo todo es providencial. Qué nadie aprecia jamás es cómo la experimentación consigo mismo, por esa circusntancia, todos los compromisos, técnicas, moralización, escapismo, y cerrando su crecimiento puede inhibir y torcer la providencia de Ser. Y esta distorsión gira en torno a cómo, a pesar de todos nuestros sustitutos para la "fe," no tenemos ninguna fe genuina en la existencia en sí misma y no entendemos cómo sostener cualquier cosa como esa por nosotros mismos. Esta fe en la providencia no excusa nada, y no es un escape que me permitirá terminar conmigo de una manera fácil. Solamente esa fe-que como fe en en el otro es amor-puede realmente aceptar al "otro" totalmente. Cuando vi que mi alegría en tí es grande y en crecimiento, eso significa que también tengo fe en todo lo que sea tu historia. No estoy erigiendo un ideal-aún menos sería tentado jamás a educarte, o a cualquier cosa que se asemeja a eso. Por suerte, a tí -como eres y seguirás siendo con tu historia- así es cómo te quiero. Sólo así es el amor fuerte para el futuro, y no sólo el placer efímero de un momento – sólo entonces es el potencial del otro también movido y consolidado para las crisis y las luchas que siempre se presentan. Pero tal fe también se guarda de emplear mal la confianza del otro en el amor. Amor que pueda ser feliz en el futuro ha echado raíz. El efecto de la mujer y su ser es mucho más cercano a los orígenes para nosotros, menos transparentes, por lo tanto providencial pero más fundamental. Tenemos un efecto solamente en cuanto somos capaces de dar-si el regalo es aceptado siempre inmediatamente, o en su total, es una cuestión de poca importancia. Y nosotros, cuanto mucho, sólo tenemos el derecho de existir si somos capaces de que nos importe. Nosotros podemos dar solamente lo que pedimos de nosotros mismos. Y es la profundidad con la cual yo mismo puedo buscar mi propio Ser, que determina la naturaleza de mi ser hacia otros. Y ese amor es la herencia gratificante de la existencia, que puede ser. Y así es que la nueva paz se desprende de tu rostro, el reflejo no de una felicidad que flota libremente, pero sí de la resolución y la bondad en las cuales tú eres enteramente tú.

Tu Martin.

La relación entre Martin Heidegger y Hannah Arendt tuvo dos momentos: el amor clandestino y el largo epílogo de esa pasión. La amistad de más de medio siglo debió superar un singular obstáculo: ella era judía –además de ser una gran teórica del totalitarismo– y él apoyó al nazismo durante los primeros años de la década del 30.

Se conocieron en 1924: Hitler escribía en la prisión Mi lucha y la inflación crecía hasta agotar las reservas de papel para la impresión de billetes. En ese contexto, las muchachas sensatas elegían oficios que les permitieran ganar algún dinero. Hannah Arendt, en cambio, eligió la filosofía. Dejó Königsberg y viajó a Marburgo, para estudiar con dos profesores que despertaban fervor entre sus alumnos: Rudolf Bultmann –renovador de la teología protestante– y Martin Heidegger.

Heidegger nada tenía que ver con el modelo del profesor tradicional. Vestía un traje de paño tirolés y sacaba a la filosofía fuera de las aulas en agotadoras excursiones por los caminos de montaña.

Pero también Hannah Arendt llamaba la atención de estudiantes y profesores. A su audacia intelectual sumaba un aspecto que intrigaba a los hombres: se había cortado el pelo a lo garçon y usaba ropa moderna y elegante, en particular un vestido que le valió el mote de La Verde. Vivía en una pequeña habitación, con un ratón al que alimentaba y mostraba orgullosa a las visitas.

La primera vez que se entrevistó a solas con Heidegger vestía un impermeable que le ocultaba media cara y un sombrero que le tapaba la otra mitad. A pesar de sus 18 años, estaba acostumbrada a enfrentarse al mundo con altivez y desenfado; pero esa vez eligió la timidez. Apenas respondía un sí o un no a las preguntas de su profesor, que era 17 años mayor. A un breve intercambio de cartas formales siguieron las citas clandestinas.

Heidegger estaba casado y tenía dos hijos. Su esposa, Elfride, una mujer de carácter férreo que más tarde apoyó al nazismo con mucho más fervor que su marido, organizaba el hogar y la vida social. Heidegger impuso a Hannah el más riguroso secreto: ninguno de los amigos de la muchacha debía enterarse de su romance.

El refugio de Heidegger era una cabaña en el monte Todtnauberg, en la Selva Negra, que conservó hasta el fin de su vida. Y allí, mientras continuaba su romance, comenzó a escribir el libro que lo consagró: Ser y Tiempo (1927). A la vez que exploraba un nuevo lenguaje para la filosofía, también aprendía el idioma del amor clandestino: citas secretas, mensajes en clave, lámparas que se encendían para alertar o para invitar.

En el verano de 1925 se separaron, porque ella viajó a Friburgo para estudiar con Edmund Husserl. A pesar de eso, en 1926 volvieron a tener varios encuentros en Suiza. Luego ella se estableció en Heidelberg para estudiar con Karl Jaspers y allí concibió un libro sobre Rahel Varnhagen, una judía que vivió entre los siglos XVIII y XIX. Rahel estuvo a punto de casarse con un gentil, el conde de Finckenstein, cuya falta de decisión acabó por frustrar la boda. En su retrato del conde, Arendt aludió a un Heidegger sin carácter, siempre indeciso, pero capaz de sacar provecho de su indecisión.

En 1929 Hannah se casó con Günther Stern, intelectual judío que, como ella, procedía de una familia liberal. Ella no era feliz en su matrimonio y pronto los problemas se agravaron por el ambiente hostil de la Alemania de entreguerra. Stern huyó de Alemania unos pocos días antes del incendio del Reichstag, atentado que sirvió a Hitler para consolidar su poder con leyes de excepción. Hannah se quedó con su madre, Marta, y aunque fueron arrestadas por la policía, pronto consiguieron la libertad y huyeron a París. Entre tanto, Heidegger descubría en el movimiento de Hitler una suerte de revolución metafísica capaz de salvar a Europa del peligro de la técnica desencadenada. En 1934, Heidegger fue nombrado rector de la Universidad de Friburgo y se afilió al Partido Nacionalsocialista. Las autoridades impulsaban nuevas leyes que limitaban las actividades de alumnos y profesores judíos. El rectorado de Heidegger se extendió hasta febrero de 1934, cuando se le exigió la separación de dos decanos designados por él y se negó.

Heidegger mantuvo un largo silencio sobre su grado de adhesión al nazismo. Cuando en 1966 concedió una entrevista al semanario alemán Der Spiegel, puso como condición que el reportaje fuera publicado luego de su muerte. Allí respondió con firmeza a las acusaciones más graves, como la prohibición de entrada a la Universidad de Husserl, la expulsión de alumnos judíos y la expurgación de la biblioteca de obras de autores judíos. Pero a pesar de afirmar que luego de su rectorado se dedicó a criticar al régimen, en 1935 todavía continuaba firmando algún indirecto elogio al nazismo.

La historia pasó sobre Heidegger sin obligarlo a moverse de su sitio; Hannah, en cambio, debió viajar una y otra vez. Tras el divorcio de Günther Stern, se unió a Heinrich Blüchner, que en su juventud había estado en las filas de Rosa Luxemburgo. Con la entrada de Francia en la guerra, Hannah, como tantos otros alemanes, fue llevada a un campo de detención. Le tocó un campo en Gurs, cerca de la frontera española, donde convivió en una barraca con otras sesenta mujeres en medio del barro, las ratas y los piojos. Cuando logró escapar del campo se escondió en Montauban, donde se reencontró con Blüchner.

Aprovechando sus contactos con las organizaciones sionistas, lograron tomar un tren hacia Lisboa y allí embarcaron rumbo a Nueva York. Pronto Hannah ganó un lugar como escritora independiente y alcanzó la dirección de la organización Jewish Cultural Reconstruction. Regresó a Alemania en 1949. Todavía no era una autora conocida: su obra fundamental, Los orígenes del totalitarismo, apareció meses más tarde. Visitó primero a los Jaspers en Basilea y el 7 de febrero de 1950 llegó a Friburgo. Le hizo llegar a Heidegger una nota sin firma, que sólo decía: “Estoy aquí”.

El filósofo respondió invitándola a cenar e insistiendo luego en que se quedara a conocer a su esposa. Alois Prinz cita en su biografía de Arendt, La filosofía como profesión o El amor al mundo, una de las cartas de la pensadora a su marido: “Hoy se ha peleado con su mujer; ella le hace la vida imposible desde hace veinticinco años, o desde que, de alguna manera, se las ingenió para hacerle confesar la verdad. Y él, que es un mentiroso notorio y miente siempre y sobre todo lo que puede, confesó en el curso de la maldita conversación entre los tres que la nuestra había sido antaño la pasión de su vida. Me temo que, mientras viva, la mujer estará dispuesta a estrangular a todos los judíos”.

Heidegger y Hannah siguieron el resto de su vida en contacto. Cuando ella le envió en 1960 su libro Vita activa, lo acompañó con una carta donde le decía que ese texto, concebido en los primeros días de Marburgo, le debía todo a Heidegger. En otra hoja escribió: “La dedicatoria de este libro está vacía. Quería dedicártelo a ti, al confidente, al que guardé fidelidad, y no guardé, ambas cosas con amor”.

Hannah visitó a Heidegger varias veces más durante los años sesenta. A Elfride ya le preocupaba menos el viejo romance que los cigarrillos de Hannah. Cuando ella se marchaba, ventilaba durante días los ambientes.

Entre tanto, Arendt había sumado a su reconocimiento como escritora el incómodo renombre de la polémica. En 1962, cuando siguió para The New Yorker el proceso a Adolf Eichmann, sus consideraciones sobre la complicidad de los consejos judíos causaron estupor. También incomodó su idea de la banalidad del mal, que muchos interpretaron erróneamente como una atenuación de la culpabilidad nazi. Las críticas de las instituciones judías arreciaron y varios de sus antiguos amigos se distanciaron de ella.

Hannah y Heidegeger se vieron por última vez en 1975. El 4 de diciembre de ese año, Hannah fue alcanzada por un segundo infarto en su departamento de Nueva York. En su funeral, Hans Jonas, amigo desde los tiempos de Marburgo, dijo que para Hannah la amistad era lo más importante, y que cuando se vinculaba con alguien de verdad, lo hacía para toda la vida. Así había ocurrido con Heidegger, destinatario de tantas cartas y de una dedicatoria vacía.

Por: Pablo De Santis

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