"Misterio". Esa es la palabra para definir las andanzas europeas de Myriam Stefford en la década del veinte en Viena. En realidad Myriam se llamaba Rosa y su apellido no era el británico que había elegido, sino que al igual que el Chivo, era Rossi. Siquiera era austríaca sino suiza italiana. Barón Biza en cambio era Barón Biza. Y a fines del modelo agroexportador que permitía que los millonarios vernáculos como este cordobés dilapidaran a favor de un peso fuerte, su fortuna en Europa, ambos se encontraron en Venecia. Solo tres años estuvieron juntos (del 28 al 31), hasta que ella murió en San Juan pilotando un avión en un raid absurdo, actividad que asumió de puro aburrida por estas tristes pampas y el provincianismo letal de la ciudad de Buenos Aires. Un monumento de proporciones colosales en Alta Gracia la recuerda para siempre. Pero a nosotros nos interesa su prehistoria, su pasado de actriz cinematográfica en la Viena de los años veinte, sin impunes millonarios cordobeses a la vista.
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