1 oct 2012
Cazadores de objetos únicos
Rastrean la pieza única. El mueble, la lámpara e incluso el electrodoméstico. Gozan con la estética útil. Son los coleccionistas de diseño. Una especie en auge.
Una tostadora vieja, una maquinilla de afeitar que no corta un pelo, un sillón que ha perdido los muelles o un PC obsoleto. Si cree que estos objetos han dejado atrás su vida útil y están para tirarlos a un contenedor de reciclaje, no lo haga. Pueden ser valiosas piezas para un coleccionista de diseño, la última moda en el mercado del arte. O al menos eso piensa Adam Lindemann, estadounidense, de 49 años –hijo del multimillonario George Lindemann, inventor de las lentes de contacto–, y autor de Coleccionar diseño (Taschen, 2010). Lindemann ha descubierto el placer de atesorar obras más humildes que las de su fantástica colección de arte contemporáneo –Andy Warhol, Jeff Koons, Julian Schnabel, Jean-Michel Basquiat, Takashi Murakami o Damien Hirst–. "Aprendí a disfrutar del diseño tanto como del arte", dice en su libro, y "ahora me he convertido en un obseso. Al fin y al cabo, no puedes sentarte en un cuadro, pero puedes hundirte en un sillón y disfrutar de una lámpara". Lindemann sabe de lo que habla. Ha bebido de las fuentes de uno de los más influyentes galeristas, Larry Gagosian, y fue el primero en apoyar Ikepod, una compañía suiza de relojes con el Tom Ford del diseño, el australiano Marc Newson.
“Al fin y al cabo, no puedes sentarte en un cuadro, pero sí hundirte en un sillón y disfrutar de una lámpara”
“No es que tenga una colección de objetos de diseño, es que vivo rodeado de diseño, con los restos de mi propia biografía”
“Me mueve la curiosidad por los objetos utilitarios, anónimos. Son los que me alimentan en mi profesión de diseñador”
¿Tendencia, negocio o demostración de poder? Adquirir un mueble con firma conocida supone eso y mucho más. El diseñador industrial Javier Díez, madrileño, de 44 años, creador junto a su hermano José Luis del estudio Díez + Díez Diseño, opina que "este tipo de coleccionista compra iconos; el mercado del objeto tiene la misma lógica que el mercado del arte." Cuestión de nombre y de marketing. En el caso de Adolfo Autric y Charo Tamayo, un matrimonio de abogados madrileños, su motivación para coleccionar es sentirse envueltos por cosas bellas. En su casa madrileña atesoran cerca de 4.000 objetos de diseño. Lo que empezó como un hobby es ahora auténtica pasión. Su hogar es un almacén de cuadros, esculturas, fotografía y diseño, mucho diseño. "Mis amigos dicen que somos los únicos con muebles con nombre y apellidos". Si su colección de artistas contemporáneos es buena –Barceló, Tàpies o Plensa, entre otros–, la de objetos del siglo XX es grandiosa.
Adolfo Autric, de 44 años, busca la pieza, la persigue y no descansa hasta conseguirla. Compra en las subastas internacionales. En Alemania, Londres o París, aunque "lo difícil y caro de coleccionar objetos es traerlos". Para Charo, lo importante es el flechazo. Para Adolfo, completar la colección. "Uno se siente coleccionista no cuando ve lo que tiene, sino cuando ve lo que le falta". Su primera pieza fue un taburete de Mariscal. En el salón de su casa, una estantería cambiante, hecha con cubos que giran –de eStudio enPieza–, proclama el orgullo de mostrar sus objetos y el afán de descubrir nuevos valores: "Procuramos encargar piezas a jóvenes diseñadores porque entendemos la colección no solo como comprar el valor seguro, sino apostar por alguien que empieza y apoyarle".
Por todas las habitaciones, obras de nombres importantes: Ingo Maurer, Ron Arad, Pantom, Campana, Zaha Hadid, piezas de la Bauhaus, Jean Nouvel, Eero Arni, Jaume Tresserra, Joe Colombo, Eames, Gae Aulenti, Ettore Sottsass, Gaetano Pesce, Lomazzi, Frank Gehry, además de una valiosa colección de objetos de cristal de Karl Wagenfeld, discípulo y profesor de la Bauhaus alemana. Picaportes de Gropius, y algún mueble de uno de los diseñadores de moda, el alemán Konstantin Grcic. La última incorporación a la colección ha sido una pieza de los Eames. Un protector para las piernas de pilotos de aviones, ligero y rígido, realizado en madera de balsa.
La explosión del diseño llegó en la década de los ochenta. La palabra mágica fue la contraseña para los muebles y objetos que mejor representan la historia del siglo pasado. Por una butaca de cuero, propiedad de Yves Saint Laurent y diseñada por la irlandesa Eileen Gray, se pagaron en Christie's, en febrero de 2009, cerca de 28 millones de dólares. Dice Lindemann que "varios marchantes de diseño intuyeron que los coleccionistas como yo comenzarían a cruzar la frontera desde el mundo del arte y encargaron a algunos diseñadores que realizaran obras en ediciones limitadas para satisfacer la demanda. Estrellas como la arquitecta Zaha Hadid entraron en el juego y también diseñadores industriales como Jasper Morrison y Tom Dixon".
Otra palabra, crisis, puso el freno en 2008 a un camino imparable, aunque los objetos de Marc Newson (1963, Sidney), encumbrado a personaje del año 2005 por la revista Time, siguen cotizando a precios exorbitantes. Newson es al diseño lo que Hirst al arte. Su sensual Lockheed Lounge de aluminio se subastó por un millón de dólares en 2006, y en abril de 2009, en Londres, una de sus obras alcanzó el millón de libras en Phillips de Pury Company.
"No tengo una colección de diseño, me encuentro rodeado de diseño". Con esta frase resume José María Civit (Montblanc, 1947) lo que representa para él esta disciplina. Se siente usuario porque "vivo con restos de mi propia biografía". Aun así, por la venas de este diseñador gráfico, publicista y artista, creador de imágenes corporativas como la de Telefónica o La Caixa, corre el ansia del coleccionista. Aparte de su colección de arte, la curiosidad por las formas y la función de los objetos le han hecho rodearse de piezas exquisitas de Le Corbusier o Eames, aunque desconoce el número de piezas que tiene; "sería bueno inventariarlo", añade. Para Civit, el diseño no son solo mesas, sillas o lámparas, "si tuviera que elegir algo sería mi piano Steinway". Escribe a mano y viaja en bicicleta por el Ampurdán y asegura que el mejor diseño sería restaurar el patrimonio que aún nos queda.
Algo así está en la base de la colección del diseñador industrial Emili Padrós, barcelonés, de 40 años –junto a Ana Mir, su mujer, trabajan en Emiliana Design Studio–, que ama los objetos sin padres conocidos, anónimos. "Cuando viajo me gusta entrar en ferreterías, en Japón, Brasil o Suecia, y ver cómo un mismo problema se soluciona con diseños diferentes: una pinza de tender la ropa, un matamoscas, un cazarratones… Me mueve la curiosidad por los objetos utilitarios, me enamoro estéticamente de ellos". Sale a menudo de safari, a recolectar objetos modestos, ingeniosos, que "me alimentan en mi profesión de diseñador".
Otra muestra de la utilidad del diseño es la que recoge el arquitecto e interiorista Andrés Alfaro Hofmann (Valencia, 1957) en su museo de electrodomésticos. "La colección nació de una forma insospechada. En la década de los ochenta, yo compraba piezas art déco y en un momento dado me topé con unos electrodomésticos muy interesantes. Conozco bien la tradición industrial alemana y enseguida comprendí que no existían colecciones de este tipo aquí". Dicho y hecho. Una historia del siglo XX recolectada con rigor y sistematizada para reflejar una visión de lo cotidiano. "El mayor problema me surgió al clasificarlos. Lo resolví agrupándolos como en una casa, batidoras, cafeteras, tostadoras, frigoríficos; lavadoras, aspiradores, planchas; estufas, ventiladores; afeitadoras, secadores de pelo; radios, tocadiscos y televisores". El objeto más caro de su colección le costó 4.000 dólares. En una nave del polígono industrial Obradors, en Godella (Valencia), Andrés Alfaro expone de forma permanente unas 500 piezas de las 5.000 que almacena. "Recuperamos objetos y, a diferencia del coleccionismo tradicional, no buscamos piezas raras, sino ver la evolución de las cosas".
‘Coleccionar diseño’, de Adam Lindemann, está publicado en España por la editorial Taschen.
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