Paul Graham. Untitled. Coins on Shelf, 1998. |
El coleccionismo privado ha sido desde su origen el núcleo central de la creación del patrimonio artístico y cultural. Las grandes bibliotecas nacen en el gusto, en la afición de un buen lector. Y más allá, salvando la gran diferencia que hay entre comprar un libro y comprar un cuadro, una escultura o un vídeo, crear una colección de obras de arte siempre ha sido una iniciativa privada, aunque el dinero sea público. Por eso es muy importante saber diferenciar entre comprar y coleccionar. Porque la diferencia es lo que define una colección de un amontonamiento de objetos reunidos sin ton ni son. En España tenemos buenos ejemplos de las dos cosas. Pero cuando digo que toda colección, incluso la pública, tiene un origen, una semilla, me estoy refiriendo a que las colecciones públicas se forman según el gusto privado de aquellos que compran con el dinero de todos. Cuando Velázquez compraba en Italia para la monarquía española lo que hoy es una parte importante de los fondos del Museo del Prado, el dinero no era suyo, pero el gusto sí. Igualmente, cuando la Fundació "la Caixa" encargó a María de Corral que estructurara y comprara para su colección, el dinero era de "la Caixa" y las obras serían de "la Caixa", pero el gusto, la idea, la intención al reunirlas era de una persona, era un gusto privado. Eso es inevitable. Cuando los directores consecutivos de un museo compran los fondos para sus colecciones lo hacen siempre según sus propios criterios, y así tenemos los maremagnums de colecciones que tenemos (sólo hay que echar un vistazo a las compras del CGAC durante sus diferentes etapas, o a las del Reina Sofía, para darse cuenta de que el gusto siempre es privado). Pero el problema no es ya si tal o cual gusto es mejor (¿quién tiene la razón y la verdad en sus manos?) sino, en primer lugar, si se tiene en cuenta que el dinero viene de la sociedad a la que, finalmente, se destina la colección, y, sobre todas las cosas, si se compra o se colecciona. Y esto vale para colecciones privadas y públicas, aunque cuando se compra con el dinero ajeno se tiene bastante menos cuidado que cuando el que se gasta es el que sale de nuestros propios bolsillos. Aun así vemos que hoy hay una creciente cantidad de coleccionistas privados que presumen de sus colecciones cuando lo que hacen es comprar y no coleccionar. Compran cositas, caprichos, obras singulares, pero ni siguen al artista en sus diferentes etapas y estilos, ni se centran en épocas, estilos o lenguajes. Por todo esto, cuando se habla de coleccionar siempre pienso en Helga de Alvear, cuya colección está empezando a hacerse visible en Cáceres en un centro de arte que deseamos y esperamos sea tan excelente como la colección que alberga. Aquí no hay sólo dinero, sino pasión, gusto (el suyo, obviamente) y respeto por el artista, por la obra. Hay seriedad y un objetivo. Naturalmente, sus inicios fueron distantes a su situación actual; la colección ha crecido con ella, con su conocimiento del arte actual, se ha abierto a lo nuevo, pero siempre con el rigor y la idea de un proyecto serio. En consonancia con lo que debe ser formar un conjunto de obras de arte que serán, y ya empiezan a serlo hoy, un ejemplo de lo que es una sociedad cultural, un momento de la historia del arte. Y no nos equivoquemos, con dinero se compra, con conocimiento y con pasión se colecciona.
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