4 dic 2009

Sting, entre el materialismo y la espiritualidad

Por Elena Pita

Vive en su paraíso particular, en un castillo medieval rodeado de belleza y tranquilidad, donde ha encontrado la fórmula para ser feliz. Ha dejado de psicoanalizarse y se dedica a curiosear, porque la curiosidad es su dios intocable, y a buscar el equilibrio. Su nuevo disco, "Mercury falling", es, una vez más, el libro abierto de su alma, el reflejo de su estado de autosatisfacción. A sus 44 años, el ex líder de Police ha encontrado el camino guiado por su alma: ha abandonado la ambición y la obsesión por el éxito, ha decidido disfrutar de la vida y de sus seis hijos, y se ha puesto a trabajar desde su memoria y madurez.

Hay que seguir el curso del río Avon hasta donde sus aguas forman un remanso. En sus shakespearianas riberas, condado de Wiltshire, se levanta La Casa del Lago. Es aquí, ochenta millas al suroeste de la city y la ambición, en un tiempo de siglos detenidos, donde encontró su felicidad el rebelde Aguijón, Sting, el genio de New Castle (1951), el chico listo que empaquetó guisantes hasta lograr hacerse profesor de día y jazzista en horas nocturnas, que ganó su apodo mundial por una camiseta de listas negras y amarillas que vistió como acompañante de una banda grande, The Beatles, con la guitarra abandonada de un viejo tío también profesor. Ahora, Sting el redimido posee una fórmula que le hace feliz: se rodea de belleza y en su riqueza sólo ve el alma de las cosas. Por ejemplo, él duerme sus siestas frente a un cuadro de Brueghel, pero no le importa lo que cueste, sino el espíritu que el pintor flamenco dejó en la tabla.

Hace unos cuatro años, el músico y su mujer, Trudie Styler, buscaban escenario a su leyenda. Lo encontraron en un castillo semimuerto de factura medieval. Y lo cargaron de vida. La gente más inesperada (electricistas, amigos, mozos de cuadra, músicos, periodistas...) sube y baja este entramado de escaleras y barandas, desaparece o surge en un laberinto de alturas y pasillos. Nadie pregunta quién eres, y la curiosidad puede llevarte a donde quieras, porque es la curiosidad el dios intocable del músico feudal.

El cielo está bajo y gris en la campiña inglesa. El aire huele a vaca, y rezuma humedad. Nadie sale a abrirnos el portón en Lake House: invadimos la casa en toda regla; dentro, la escena es señorial. Sting almuerza en la mesa redonda del hall, su lugar de reunión preferido, flanqueado ya por agentes discográficos que se nos han adelantado en la excursión a Wiltshire. A su derecha, la literatura y el saber reposan en una biblioteca también circular, de caoba, peldaños de mármol y techo de mampostería jacobea. A lo que íbamos, que es fácil perderse en la casa: almuerza Sting una copiosa ensalada de fruta y queso fresco. En el paraíso todo es sano. Así se conserva él, como Peter Pan a los 44 años. Termina el brunch y nos saluda en la sala del piano, revestida con paneles de caoba y alfombras persas del XIX. Enciende el fuego; como buen padre y señor generoso, tradición heredada de sus antepasados los guerreros Geordies, el fuego es para Sting una gran preocupación y al poco rato que tiene va de un lado a otro repartiendo leños por sus góticas chimeneas. Ofrece té con galletas y nos pone el disco nuevo: "Sed amables, sólo hay tres temas definitivos". El resto, aún lo trabajan Sting y sus músicos en el estudio de la Casa del Lago, una estancia añadida en 1920 para alojar al rey Alfonso XIII en una visita de placer. El nuevo disco de Sting (Mercury falling) es una vez más el libro abierto de su alma: se levanta en un tono intimista y sugerente hasta alcanzar un climax místico que suena a otoño húmedo; después comienza una ascensión pop más colorista. Un trabajo feliz.

Hacemos la entrevista. Es en la sala del capitán, sobre el sofá para soñar. Sting está relajado, sumido en un aura de laxitud. Y un poco resfriado, "está cayendo tanta humedad..."

Pregunta.-Iba a preguntarle qué sobresalto guardaba en este nuevo disco, pero la verdad es que sugiere más bien relax.

Respuesta.-Sí, me siento muy equilibrado en estos momentos, muy a gusto conmigo mismo, muy feliz; y mi música lo refleja. No puedo pretender otra cosa: soy un hombre muy satisfecho. Las canciones hablan del renacer, de los ciclos de las estaciones, la continuidad y todo este tipo de cosas.

P.-¿Qué visiones ha tenido esta vez o sobre qué metáforas lo ha construido?

R.-Viviendo en este entorno, en la campiña inglesa, uno está mucho más cerca de las estaciones, del tiempo, que te afectan mucho más que si vivieras en una ciudad. Y esto es lo que suena en el disco.

P.-Normalmente sus trabajos eran el resultado de un viaje psicoanalítico en su interior, ¿ha superado ya aquella angustia existencial?

R.-Sí, se me ha pasado el mal humor, y la ambición. Me gusta mi trabajo, hacer música, escribir canciones; escribo desde mi memoria de la vida, desde mi madurez. En otro tiempo hice música y escribí para psicoanalizarme, y es verdad que en mis canciones uno podía ver lo que pasaba por mi cabeza. Pero mi interés es mucho más amplio, me gustan muchas otras cosas. El dios de este nuevo álbum es Mercurio; ser mercuriano significa buscar, indagar por todos lados. Soy curioso.

P.-He leído que tiene usted montada una especie de comuna espiritual en torno al psicoanálisis.

R.-No, ¿dónde lo leíste?

P.-No sé, por ahí.

R.-(Se ríe plácido). No, qué va. Yo no creo en las religiones organizadas. No soy esa especie de gurú que te imaginas.

P.-Sin embargo alecciona con consignas del tipo: "Deja que tu alma te guíe...", por citar la última en este disco.

R.-Sí, porque creo que uno debe escuchar su alma: sólo tu alma sabe realmente lo que está bien. Las respuestas acertadas vienen de dentro, y uno debe seguirlas.

P.-Así que lo recomienda para cuando uno está perdido.

R.-Claro. La mayoría de la gente en esta sociedad moderna pasa la mayor parte de su tiempo perdida. Perdemos el camino, y hay que escuchar el alma para encontrarlo. La gente necesita sentarse a meditar y pensar en silencio. La vida de hoy es tan ruidosa... hay demasiada información, es una locura. Y es importante bajarse y pensar.

P.-Eso es justo lo que usted ha hecho viniendo a vivir aquí. R.- Sí, es una experiencia excitante; explorar en tu propia mente es una aventura.

P.-Sting, después de toda esa búsqueda a través de pueblos y filosofías, ¿cuál es para usted el dios más recomendable?

R.-¿Dios?, ¿quién es mi dios? Mi dios es la curiosidad. Tengo curiosidad por todos los aspectos de la vida, desde los más elevados a los más inferiores. Yo he experimentado de todo, he tenido tiempo para equilibrar el lado salvaje de mi vida con la contemplación y la meditación. Mi signo es libra, ¿sabes?, así que yo siempre estoy buscando el equilibrio. He vivido al mismo tiempo la peor y la mejor vida; pero este tipo de experiencias son buenas para escribir.

P.-Ya, es sabido que a Sting le gustan las contradicciones. Lo más chocante que he escuchado de usted es, bueno en realidad es otro cotilleo...

R.-Me gustan los cotilleos.

P.-Pues éste decía que estaría usted dispuesto a matar a sus hijos si se comprometían en una ideología equivocada tipo patriotismo y así.

R.-Ja, qué bueno. Supongo que estaría ironizando, las cosas no pueden entenderse al pie de la letra. Lo único que sí es verdad es que antes de mandar a un hijo mío a la guerra me pego un tiro.

P.-Pero usted mismo es un hombre de principios, ¿no? Y los principios, cualesquiera, atan.

R.-Espero ser un hombre de principios, pero depende del día: lunes, miércoles y viernes soy muy de principios; pero martes, jueves y sábados...

P.-No está mal como ironía. Pero ¿usted cree que puede controlar el futuro de sus descendientes, esa prole que tiene, hasta tal punto?

R.-No. No se puede, hay que confiar en la evolución del ser humano, en su supervivencia. Conocer a mis hijos y a otros jóvenes me alienta: creo que son más inteligentes y hábiles que nosotros, porque tienen que serlo. Yo soy muy optimista con respecto al futuro.

P.-Sting, ¿por qué tiene usted tantos hijos; a la sazón, seis?

R.-(Se ríe mucho, complacido). Mis hijos son todos accidentes, yo nunca pretendí tener ningún hijo. Pero son accidentes maravillosos: mis hijos son gente fantástica, ¿sabes? Ya sé que tener tantos hijos es un privilegio, muy católico...

R.-No querrá decir que fueron accidentes de un católico...

R.-No; yo nací católico, y ellos, por accidente.

P.-Es más, este último que acaba de nacer ¿no es hijo de sus devaneos con el tantra? R.-No puedo acordarme, no puedo... (y hace un esfuerzo por ponerse serio): no, la esencia del tantrismo es que uno puede hacer el amor y tener orgasmos sin eyacular. Así que no, está claro que mi hijo no es producto del tantra. No, seguro que fue en una de mis noches de descontrol. P.-Volviendo a su papel de pater familis, ¿no cree, después de tanto psicoanálisis como ha hecho, que sus hijos deberían rebelarse contra usted como usted lo hizo contra su padre?

R.-Sí, sí lo creo. Deberían rebelarse.

P.-Su padre ¿qué quería que fuera usted?

R.-Quería que fuera marinero y que no me casara, porque eso es lo que sentía que debería haber hecho él. En cambio se quedó en los astilleros mientras pudo y luego repartió leche hasta que murió.

P.-Así que usted es un perfecto desclasado.

R.-No realmente. Porque siempre me dejé conducir por mi pasión por la música. La educación para mí era secundaria, así que yo en el fondo nunca pertenecí a ninguna clase.

P.-Y empezó en una fábrica empaquetando habas...

R.-No, guisantes.

P.-...bueno, guisantes; hasta que logró ser profesor de gimnasia y lengua...

R.-Y también de música e inglés.

P.-...y entonces tuvo una de esas visiones y comprendió que sólo la música podría salvarle ¿no?

R.-Tenía 25 años, y simplemente decidí dejar de enseñar y arriesgarme con la música, porque si no lo hacía entonces ya nunca más lo haría. Así que en el 76 planté mi trabajo y me fui a Londres, con mi mujer y un hijo ya, sin dinero ni medio de vida, éramos vagabundos, vivíamos en squats...

P.-O sea, que fue una decisión más que algo visionario.

R.-Sí, decidí que era el momento de cambiar mi vida y seguir mis instintos.

P.-Supongo que hay que ser muy ambicioso para pasar de esa situación a vender cuarenta millones de discos en siete

R.-Oh, sí, muy ambicioso. Pero ya no lo soy.

P.-Dice usted siempre que las cosas materiales no valen nada. ¿Qué tal se siente aquí tan rodeado de esplendor y riqueza?

R.-Sí, estoy rodeado de cosas bonitas, vivo en una casa bonita; pero, ¿sabes?, hay diferencias, hay una espiritualidad en ciertas cosas materiales. Mira ese cuadro de Brueghel, hay una espiritualidad en su trabajo... como en esta casa, su belleza es más que algo material. Vivimos en un mundo material y en otro espiritual, y hay cosas que vienen de ambos.

P.-¿Alguna vez siente que le gustaría volver a ser un desconocido?

R.-A veces, pero no muy frecuentemente. Me gusta bastante ser famoso, me divierte. Todavía puedo permitirme ciertas cosas, no creas que la gente me reconoce siempre, especialmente en Nueva York; allí me voy a bares y clubes y la gente no sabe quién soy, y eso es importantísimo para mi trabajo como escritor. Frecuento lugares extraños y me pongo a observar y a ser uno más. Cuando quiero estar en la ciudad me voy a Nueva York, y voy mucho.

P.-¿No había dejado el nomadismo?

R.-Sí, vivo aquí al menos dos terceras partes del año. Pero si quiero salir... Londres no lo frecuento.

P.-Sting, y ¿por qué trata usted tan bien a la prensa? Nos deja entrar en su casa, curiosear, nos agasaja...

R.-Porque estoy trabajando, estoy haciendo las mezclas del disco y tengo que pasar por el estudio a cada rato. Y si os cito en Londres, no puedo hacerlo. De todos modos no me importa que la gente venga, que vea dónde vivo.

P.-Pues uno se siente un poco invasor...

R.-(Se ríe plácido).

P.-¿Ha encontrado una fórmula mágica entre el materialismo y la espiritualidad, el hombre y la estrella?

R.-Bueno, para mí el espectáculo y el éxito son algo secundario; lo más importante en mi vida son mis amigos y mi familia, mis relaciones, y esto mantiene el resto en prospectiva. No me importa si tengo éxito o no, si vendo o no vendo discos... La gente que me quiere, me querrá igual: este convencimiento es lo que me mantiene sano, es mi equilibrio. Si toda tu vida es espectáculo, es tan triste... porque nunca te llena.

P.-¿Y es a base de esta fórmula como ha conseguido crear una leyenda que va más lejos que su realidad?

R.-Bueno, hay un Sting que está en los periódicos y que hace cosas enloquecidas que yo nunca había oído antes. Pero es esto mismo lo que me da libertad: hay un Sting de fantasía diferente al Sting real, que soy yo, y la gente que me rodea lo sabe y lo que el yo real haga no importa a nadie. Esa leyenda me protege, es una especie de máscara que a veces tiene mal aspecto y a veces, bueno: no puedo controlarla. Pero no importa, porque en el interior estoy yo.

P.-¿No le da miedo que alguien venga y descubra al Sting real?

R.-No, nadie puede hacerme daño.

P.-Una curiosidad, ¿tiene fantasma su castillo, señor Sting?

R.-No, no tiene. Pero yo viví en una casa con fantasma, en Londres; era una casa tan antigua como ésta. Creo que era el espíritu de una mujer que había vivido antes allí.

P.-¡Cómo!, ¿reconoce usted el sexo de los fantasmas?

R.-La vi.

P.-No.

R.-Sí, yo nunca había creído en fantasmas; pero la vi.

P.-Vaya. De la cocina en el sótano (refectorio de caoba, sillas Windsor) sube un olor a pan recién horneado, levaduras de infancia. No es una ilusión. Los ayudantes de la chef, una mujer de las colonias africanas, suben las escaleras con una cesta de pan fresco, una sopera y otras fuentes humeantes. Pueblos y culturas se reúnen en la cocina de Lake House en una charla entretenida. Potaje vegetal tocado de cilantro, ensalada y lasaña también vegetal. En verdad no cuesta venir, cuesta irse de la casa a orillas del Avon. Contagia felicidad, por algo está tan poblado el paraíso de Sting. El Mundo

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