Francisco Fernández Buey
Madrid (España), febrero de 2002
De entre los varios ecologismos que han fructificado en el mundo durante estas dos últimas décadas el más interesante y el más cargado de razones es el ecologismo social. Éste atiende simultáneamente a las causas socioeconómicas del empobrecimiento de los países y a la interrelación existente entre la vieja rémora de la desigualdad social y los desequilibrios medioambientales que afectan a muchas regiones de Latinoamérica, África, Asia y la Europa oriental cuyos ecosistemas son particularmente frágiles.
El ecologismo social sabe que, para avanzar hacia la naturaleza y armonizar las relaciones con ella, debemos atender nuevamente a los problemas socioeconómicos. Sabe también que existe una relación directa entre neocolonialismo, sobrexplotación, catástrofes ecológicas y empobrecimiento de las poblaciones. Y por eso postula una nueva teoría de las necesidades materiales y espirituales, una teoría que es crítica del industrialismo y del consumismo inducidos y se muestra, a la vez, sensible y atenta con las formas de humanizar la naturaleza que han sido propias de las culturas campesinas tradicionales.
La forma que el ecologismo social ha ido tomando en estos últimos tiempos entre las personas conscientes de estos países empobrecidos es lo que suele llamarse ecología política de la pobreza. La ecología política de la pobreza es una opción en favor de un ecologismo social que atiende simultaneamente a los límites del crecimiento y al hecho de que vivimos en una "plétora miserable" con enormes diferencias y desigualdades en todo lo esencial para la vida de los humanos. La ecología política de la pobreza nació en África, Asia y América Latina como respuesta a los problemas socio-ecológicos percibidos por las poblaciones indígenas.
En su origen están las protestas, y también propuestas alternativas, de mujeres de Kenia y de la India y de sindicalistas sensibles en Brasil en la década de los ochenta. Este origen no es casual, pues es sabido que en muchos países africanos y asiáticos son las mujeres del campo, sobre cuyos hombros racae gran parte del trabajo productivo, quienes más sufren la crisis ecológica, los ataques a la biodiversidad, el empobrecimiento de los suelos cultivables, la desertificación y la escasez de agua. Y, por otra parte, en las selvas brasileñas es cada vez más evidente que las nuevas formas de esclavitud y de explotación del trabajo asalariado, que ni siquiera permiten la sindicación, tienen mucho que ver con los ataques al entorno natural y a las culturas tradicionales.
La ecología política de la pobreza empezó a cuajar en el Forum Alternativo de Brasil, en 1992, y se caracteriza desde entonces por cuatro rasgos:
* propone una rectificación radical del concepto lineal, ilustrado, de progreso;
* descarta el punto de vista eurocéntrico (luego euro-norteamericano) que ha caracterizado incluso las opciones económico-sociales tenidas por más avanzadas en el último siglo;
* avanza una reconsideración de la creencia laica basada en la asunción de la autocrítica de la ciencia contemporánea y en la crítica del complejo tecnocientífico que domina el mundo;
* solicita un diálogo entre tradiciones de liberación o de emancipación en las distintas culturas históricas para avanzar hacia un nuevo humanismo, hacia un humanismo atento a las diferencias culturales y respetuoso del medio ambiente.
En este sentido la ecología política de la pobreza enlaza bien con lo que se ha llamado teología de la liberación, aunque pide a ésta que no acentúe su particularidad religiosa sino que, precisamente en nombre de las necesidades socioecológicas, se abra a las otras creencias no específicamente religiosas, esto es, que se haga "filosofía (laica) de la liberación". Este es un punto de vista que argumentó muy bien José María Valverde cuando era presidente de la Casa de Nicaragua en Barcelona.
Además, la ecología política de la pobreza, por ejemplo, en la versión que de ella han dado Leonardo Boff y otros autores, no sólo se opone el industrialismo desarrollista que ha sido característico del capitalismo histórico, sino tambien a la utilización mercantil del ecologismo. Y argumenta en este punto que, como era de esperar en un mundo dominado por el mercado y por el fetiche del dinero, la producción supuestamente ecológica, meramente conservacionista o bienintencionadamente ecológica (que de todo hay), corre el peligro de convertirse en negocio de unos cuantos, en beneficio privado, en pasto de la publicidad y en ocasión para el llamamiento a un "nuevo tipo" de consumismo. Constata que la línea "verde" del sistema productivo capitalista empieza a cotizar en la Bolsa de valores mercantiles, porque lo "verde" vende.
La ecología política de la pobreza hace observar que se está abriendo un nuevo flanco en el enfrentamiento entre países ricos (muy industrializados y muy competitivos) y países empobrecidos (cada vez más identificados con las reservas ecológicas del planeta o, en su defecto, con centros de producción de drogas ilegales). Subraya cómo algunas de las instituciones monetarias internacionales propician algo así como un trueque-fin-de-siglo: deuda externa por ecología; y cómo, por lo general, en esa propuesta de trueque sigue dominando un punto de vista etnocéntrico, lo que incluye un matiz nuevo respecto del viejo colonialismo (el discurso se disfraza, una vez más, de universalismo pero se cubre con el manto de valores éticoecológicos, como la conciencia de especie, usurpándoselos al ecologismo).
La gran tarea de la ecología política de la pobreza y del ecologismo social e internacionalista de los próximos tiempos será seguramente aprender a moverse, a ambos lados del Atlántico, evitando dos escollos: el neocolonialista y el neonacionalista. Lo cual no va a ser nada fácil, desde luego. Pues el malestar de la cultura y la ausencia de expectativas hacen que mucha gente se vuelva contra sus vecinos; y las grandes migraciones del final de siglo parecen estar convirtiendo a la xenobofia en la ideología funcional del capitalismo triunfante.
En suma, lo que la ecología política de la pobreza viene a decirnos es que no se puede seguir viviendo como se ha vivido en las últimas décadas, por encima de las posibilidades de la economía real y contra la naturaleza. Que el modo de vida consumista de los países ricos no es universalizable porque su generalización chocaría con límites ecológicos insuperables. Y que en nuestro mundo actual ser sólo ecologistas es ya insuficiente. Para hacer realidad lo que ahora es todavía un proyecto, un horizonte, la ecología política de la pobreza, surgida en los países empobrecidos, tiene que enlazar con las personas sensibles del mundo rico y convencer a las buenas gentes de que la reconversión ecológico-económica planetaria del futuro obliga a cambios radicales en el sistema consumista hoy dominante en casi todo el mundo industrialmente avanzado. Pues el desarrollo sostenible implica cierta autocontención y la autocontención implica austeridad. Pero para que "austeridad" sea una palabra creible para las mujeres y varones del mundo empobrecido es necesario que antes, o simultáneamente, seamos austeros quienes hoy vivimos del privilegio.
Fecha de referencia: 15-07-2002 CF+S
7 ene 2010
Ecología política de la pobreza
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