19 ene 2010

La mejor etapa de la vida: la adolescencia

Margaret Mead (1961) estudió la adolescencia en otras culturas y encontró que la que se da en la sociedad occidental no es un fenómeno universal. Cuando una cultura establece una transición serena y gradual de la niñez a la edad adulta, como sucede en Samoa, se produce una fácil aceptación de la edad adulta. Las sociedades que permiten a los niños darse cuenta de la actividad sexual adulta, ver nacer a los bebes, familiarizarse con la muerte, hacer trabajos necesarios, ejercitarse en comportamientos asertivos y dominantes, comprometerse en juegos sexuales y conocer con precisión lo que implicaran sus papeles adultos, están bastante libres de las tensiones adolescentes.
Lo cierto es que en nuestras sociedades occidentales, hasta hace siglo y medio, la adolescencia no existía. De la niñez se pasaba directamente a la edad adulta. Hoy, la adolescencia, ese tiempo que transcurre entre la pubertad y la aceptación de que en algún momento deberán asumirse responsabilidades y pensar en el futuro, es más larga que nunca. Tanto que en muchos casos se extiende desde los diez o los once años hasta bien pasados los veinte y no son pocos los adultos que se comportan como si aún estuvieran viviendo esa etapa.

El sociólogo Javier Elzo, catedrático en la Universidad de Deusto, en su último libro, 'La voz de los adolescentes' (Editorial PPC), recoge sus opiniones para tratar de hallar los porqués de la manera de vivir de unos muchachos cuya existencia cotidiana está dominada por el consumo -con frecuencia abusivo- de alcohol, el sexo como un bien en sí mismo y un cierto distanciamiento entre la teoría de los valores que dicen asumir y la práctica de su defensa. Elzo ha entrevistado a 272 muchachos de entre 16 y 18 años para que con sus palabras expliquen los datos fríos
que aportan las encuestas. De esos testimonios se deduce, como explica el sociólogo, que la etapa de la adolescencia, que antes eran apenas tres o cuatro años, se está alargando a pasos agigantados. Uno de esos comportamientos es su propio desapego hacia la familia, un concepto que a muchos jóvenes les suena antiguo y «catolicón». Sin embargo, Elzo ha descubierto que, profundizando bajo las primeras opiniones, los muchachos que forman parte de familias que funcionan razonablemente bien están en general más satisfechos con su vida. Pero por lo general «Hay una incapacidad para manejar la situación por parte de unos padres que no están apenas en casa con sus hijos. Las leyes de dependencia que se están aprobando a nivel estatal y en las autonomías hablan de ancianos y discapacitados, pero no hablan de los niños». Un olvido que no se ha dado en otros países del entorno, donde la natalidad repuntó porque a los padres se les dio la posibilidad de estar un tiempo generoso con sus hijos, recuerda este catedrático. Ese tiempo es necesario para comunicarse con ellos y transmitirles unos valores cuya ausencia explica algunos comportamientos problemáticos de muchos jóvenes.

Sigmund Freud (1953) consideraba la etapa genital de la maduración sexual como el principio fundamental de la adolescencia. Ésta es un redespertar de los impulsos sexuales de la etapa fálica, la cual ahora se orienta por canales aprobados socialmente: relaciones heterosexuales con personas ajenas a la familia. Debido a los cambios fisiológicos de la maduración sexual, los adolescentes ya no reprimen su sexualidad como lo hacían durante la etapa de patencia en la niñez media. Sus necesidades biológicas hacen esto imposible. Típicamente atraviesan por una etapa homosexual, lo cual puede manifestarse en rendir culto, como si fuera héroe, a un adulto, o en una estrecha relación de camaradería, precursora de relaciones maduras con personas del otro sexo. Antes que esto se logre, las personas jóvenes tienen que sentirse a sí mismas libres de dependencia en relación con sus progenitores.

Según Eric Erikson (1950,1965,1968) la adolescencia sería una etapa de crisis de identidad. El rápido crecimiento del cuerpo y la nueva maduración genital evidencian ante los jóvenes su inminente adultez, y los hacen interrogarse acerca de sus papeles en la sociedad adulta. La tarea más importante de la adolescencia es descubrir “Quién soy yo”. Un aspecto significativo de esta búsqueda de identidad es la decisión por parte de los jóvenes de seguir una carrera.

Erikson considera que el primer riesgo de este estadio es la confusión de identidad. Dice que puede expresarse en una persona joven que toma mucho tiempo para llegar a la adultez y ofrece a Hamlet como un “ejemplo glorificado” de ello. Los adolescentes también pueden expresar su confusión actuando impulsivamente, comprometiéndose en cursos de acción pobremente pensados o regresando a comportamientos pueriles para evitar resolver conflictos. Considera las pandillas exclusivistas de la adolescencia y su intolerancia a las diferencias como defensas contra la confusión de identidad. También considera el enamorarse como un intento para definir la identidad. Llegando a intimar con otra persona y compartiendo pensamientos y sentimientos, el adolescente da a conocer su propia identidad, ve su reflejo en la persona amada y es capaz de clarificar su yo.

Durante la “moratoria psicosocial” que proporcionan la adolescencia y la juventud, los esfuerzos de muchas personas jóvenes se centran en la búsqueda de compromisos a los cuales pueden ser leales. Dichos compromisos son tanto ideológicos como personales, y se extienden a todo aquello que las personas jóvenes pueden considerar válido con el fin de determinar su habilidad para resolver la crisis de este estadio.

Otro fenómeno emergente es el del muchacho con dificultades para relacionarse en la vida real que empieza a centrar sus amistades en el ámbito virtual. Son buenos estudiantes que al llegar a casa se encierran en su cuarto y dialogan con personas que no conocen a través del 'messenger' y comunidades como 'tuenti'. Paradójicamente, quienes son más reacios a quedar con sus amigos del colegio para charlar, pasear o beber en la calle, son quienes en mayor medida tienden a citarse con desconocidos. Una experiencia que muchas veces acaba en un desastre total. «Casi prefiero el botellón -con un cierto control- a esos encuentros con personas de las que en realidad no saben nada», advierte Elzo. Fuentes: ciudadredonda, y rincóndelvago

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